jueves, 15 de octubre de 2020

Prompt 14: Una guerrera que quiere cambiar de vida

Xeila no podía aguantar ni un solo día más en el instituto. Todo había ido a peor en los últimos meses, pero esa humillación solo había sido la gota que colmó el vaso. 

Ya sabía que era buena con los cuchillos; para eso la habían entrenado desde que era capaz de hacer pinza con los dedos. 

También sabía que tenía la mentalidad perfecta para la lucha, porque se crecía bajo presión. 

Todas sus compañeras del instituto la admiraban y querían ser como ella o estar con ella. Todos sus compañeros la miraban con el respeto que se había ganado después de tener que patearles y ganárselo a pulso. 

Pero eso no quería decir que eso fuera lo único para lo que valía. Ella tenía mucho más que dar al mundo que las estúpidas peleas que no creaban nada, tan solo destruían.

Era eso mismo lo que le había dicho a Lucía.

Lucy. La preciosa y maldita Lucía. Siempre habían tenido una competición entre ellas. Xeila había cometido el error de pensar que había más que esa sana competición, que se habían unido tras años y años de compartir y pelearse por el podio; que se habían convertido en amigas. Que Lucy incluso la miraba con algo más que amistad durante esos últimos meses que habían estado saliendo. 

Quizás por eso no se esperó la puñalada. Resultaba que era buena en esquivar las físicas, pero no tanto las metafóricas. 

—No lo dices en serio —se quedó frente a Lucía con las manos apretadas en puños y los ojos anegados en lágrimas.

Lucía la miró con el ceño fruncido y confusión en sus bonitos ojos oscuros. 

—No te lo tomes así, Xeila. Has nacido para esta vida.

—No he nacido para nada. He nacido para hacer lo que quiera, y para tomar mis propias decisiones. Y eso es lo que voy a hacer, contigo o sin ti.

Lucía bufó y puso los ojos en blanco.

—No me puedo creer que pensaras que iba a querer estar contigo si te vas del instituto. A ser cocinera, además —dijo la palabra como si fuera lo más asqueroso que había oído.

Pero eso no era lo que más daño le hizo a Xeila.

—Entonces, ¿por qué?

—¿Qué?

—¿Por qué querías estar conmigo, si no es por mi? Ya te he dicho que yo no soy la lucha. Yo soy mi propia persona, y me vas a descartar como si los últimos ocho meses no hubieran sido nada.

—Xeila... Estoy contigo porque... Porque tiene sentido. Somos las mejores, hacemos el mejor equipo, nos compenetramos en combate y en la vida. ¿Qué más quieres?

—¿Que qué más quiero? ¡Que me quieras por lo que soy, no porque tiene puto sentido! No soy una medallita de la que presumir, soy tu novia. Bueno, o era —añadió con una carcajada sardónica.

Se hizo un silencio tenso. Las dos se miraron a los ojos y se dijeron todas las acusaciones y plegarias que no se atrevían a vocalizar. Fue Lucía la primera que apartó la mirada con desdén.

—Sigo pensando que estás cometiendo un gran error. Tienes un gran futuro en la escuela, y lo que estás planeando hacer hará que lo pierdas todo. No es algo de lo que te puedas arrepentir y volver en un par de meses, Xe.

—Me alegro, porque no pretendía volver. 

Alejarse de la persona que creía haber querido más que a nadie fue lo más duro que había hecho hasta la fecha. Más que los entrenamientos a las seis de la mañana en los meses de invierno, y más que aquella vez que se rompió las costillas cuando tenía trece años en un movimiento mal ejecutado y tuvo que estar varios meses en cama. 

Y, sobre todo, supo que había tomado la decisión correcta cuando se dio cuenta de que le dolió más dejar a su novia que a ese dichoso instituto del demonio. 

Ya había pasado la mayoría de edad hacía unos meses. Es más, había estado a medio curso de graduarse por fin en la escuela y poder dedicar el resto de su vida a proteger y luchar por los ciudadanos de su sociedad y por sus compañeros. El fin le parecía honorable, pero los medios...

Los estudiantes podían tener contacto con el exterior mientras estudiaban allí. No era lo normal, por todo el tiempo que consumían sus prácticas, pero tampoco era rarísimo. Así fue como había conocido a Chema, que era un estudiante de cocina. Se habían conocido una noche de fiesta, poco después de que Xeila empezara a salir con Lucía. Chema había intentado ligar con ella, pero cuando le había dicho que tenía pareja, él había seguido queriendo charlar con ella y se habían hecho amigos. Él había flipado con que ella fuera una de esas prestigiosas estudiantes de la escuela de Lucha y Artes Marciales. 

Ella había flipado aún más cuando habían quedado otro día y le había visto cocinar. Las comidas en la escuela siempre eran preparadas en la cocina, y salían ya listas. Pero la precisión en los cortes de su amigo, su capacidad de hacer varias partes del plato a la vez, el mimo y el cariño con el que trataba los ingredientes y el brillo en sus ojos cuando el plato estaba por fin terminado... Eso le pareció increíble.

La siguiente vez que quedaron, le pidió intentarlo. Él se había quedado asombrado con su precisión al trocear los ingredientes, y se habían estado riendo un rato por los "gajes del oficio". Con la tontería, Xenia había empezado a cocinar cada vez más y más, saliendo casi siempre todos los fines de semana para pasar un rato con su amigo y robarle la cocina. 

Ahora, Chema se había graduado y había conseguido entrar en un restaurante de la ciudad. Y, de alguna manera, había conseguido mover hilos y hacer que Xeila tuviera una entrevista.

Apenas una semana después de entrar en su nueva casa con los ahorros de la beca de la escuela, Xeila se dirigía a la prueba definitiva. Nada más entrar al restaurante, el olor de la comida y el sonido de las conversaciones a su alrededor la absorbió. El sitio tenía un diseño moderno, con colores claros, y un estilo tan distinto a todo lo que había visto durante toda su vida que debería haberle resultado hortera. 

Sin embargo, estaba sonriendo cuando se dirigió al mostrador, y también mientras la chica la guiaba a las cocinas para hacer su prueba. 

Tuvo que esperar otros cinco minutos antes de que llegaran los otros dos aspirantes, y para ese momento ya estaba completamente activada. Solo el ver cómo el resto de cocineros se movían de un lado a otro, los sonidos de las sartenes, de los cuchillos, de los platos; las órdenes gritadas, las risas ocasionales... a Xeila le pareció un sueño. 

—Bueno, yo creo que ya podemos empezar —se sobresaltó un poco cuando habló una mujer de mediana edad, muy alta y delgada, con el pelo en una coleta y una malla de red. Su mirada era curiosa, y Xeila la había escuchado gritar órdenes durante el rato que había estado observando. 

A su lado había un chico y una chica, ambos vestidos de blanco igual que ella (gracias a Chema por prestarle un uniforme), que parecían nerviosos. 

—Aquí tenéis los menús del restaurante —la mujer les tendió una libreta a cada uno—. Yo soy Ángela, y seré la persona que va a decidir quién de vosotros se queda aquí a partir de mañana. Vuestra tarea es escoger un entrante, un primero, un segundo y un postre de la carta. Sorprendedme. Vais a tener hora y media para todo, y luego tendréis que defender vuestra elección. ¿Entendido?

Xeila había estado nerviosa al entrar. Es más, había estado nerviosa durante toda la semana anterior. Sin embargo, en el momento en el que Ángela había empezado a dar indicaciones con ese tono potente y autoritario, sintió que su cuerpo se relajaba y entraba en un estado de alerta que era prácticamente su segunda naturaleza. 

Los minutos se le pasaron volando. Pudo ver a los otros dos chicos correr de un lado a otro en sus estaciones de cocina, sudando y maldiciendo cuando algo no salía bien. 

Xeila sonrió mientras sus cuchillos se movían con fluidez sobre todos los alimentos: las verduras, con ese sonido crujiente agradable, y la satisfacción de partir la carne de forma correcta, de manera que casi le daba la sensación de que se deshacía bajo sus manos. Puede que lo que estaba haciendo no se pareciera en nada a lo que le habían enseñado a hacer desde que aprendió a caminar, pero en ese momento se sentía como si todo fluyera de forma correcta, como si nada pudiera salirle mal, incluso si se equivocara. 

Había sido entrenada para trabajar bajo presión, para moverse rápido y con precisión, para tener una estrategia en mente en todo momento, e ir modificándola con los imprevistos que iban surgiendo. Y eso era precisamente la dificultad de la cocina. El alma, sin embargo, era algo completamente diferente. Mientras que en la lucha se intentaba dañar, destruír; en ese lugar tan solo quería agradar, crear algo que fuera a hacer felices a los demás. 

Cuando terminó el tiempo, Xeila tenía sus platos perfectamente terminados. 

Cuando Ángela se paseó por sus mesas, observando y haciendo preguntas sin expresión alguna, se aseguró de mantener la espalda erguida y de controlar sus nervios.

Y, cuando le dijo que había sido aceptada, Xeila miró a su alrededor y se dio cuenta de que ya se sentía más en casa allí de lo que se había sentido nunca. 


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