martes, 25 de febrero de 2020

Prompt 2: Día de Reyes

Olor a dulce
Lucas se levantó esa mañana muy temprano, cuando aún todavía no había salido el sol. Lo sabía porque, desde que se le rompió una persiana vieja hacía seis meses, cada vez que se despertaba podía ver el cielo. No le gustaba demasiado que el sol le despertara, pero lo prefería a los gritos y los llantos de sus amigos desde otra habitación.
Sabía que no podía levantarse hasta las ocho, ya que sino Elena y Matías, sus cuidadores, se enfadarían con él.
Así que se quedó en la cama, recordando el sueño que acababa de tener, sabiendo dentro de su alma que ese día sería el mejor Día de Reyes de toda su vida.
El sueño no había sido muy claro. De hecho, ya solo le quedaban sensaciones vagas en la boca del estómago, parecidas a cuando llevaba muchas horas sin comer porque le habían castigado. Pero esta era muy diferente, porque le hacía sentir contento.
En su sueño había alguien. Alguien mayor, que le hablaba con una voz agradable y alegre, y después le abrazaba. Un abrazo calentito como no recordaba nunca que le hubieran dado. Sí era cierto que Elena y Matías se portaban muy bien con él -y con todos-, y que el resto de sus amigos también solían abrazarle cuando estaban contentos o él estaba triste. Pero ese abrazo se había sentido diferente. Más... pleno. Más feliz.
También recordó un olor a algo dulce, como un pastel o un bollo. Sabía que le recordaba a algo, pero no sabía exactamente qué podía ser. En todos los años que llevaba en ese cole, ninguno de los bollitos que les habían dado había olido tan rico.
se le pasaron los minutos mientras miraba al techo sin ver nada realmente. No podía parar de pensar en esa sensación de felicidad. Tanto era así, que ni siquiera se dio cuenta de que la mayoría del tiempo la había pasado con una minúscula sonrisa en los labios.
Cuando por fin escuchó ruidos afuera, se levantó corriendo y fue al comedor dando saltitos. Elena se le quedó mirando con curiosidad, y con un mechón de pelo canoso cayendo por su frente.
—Uy, ¿y a ti qué te pasa? —le preguntó, también con una sonrisa. Sin embargo, Lucas pudo ver que debajo de aquella fachada alegre, la mujer parecía muy cansada.
Como siempre.
—Hoy es día de reyes —explicó él, con simpleza—, y voy a tener un regalo genial.
La mujer sonrió aún más ampliamente, y Lucas vio que tenía un cartón de leche vacío en la mano. Le empujó a sentarse en una de las sillas para empezar el desayuno, aunque aún no había casi ningún niño más alrededor.
—Ya sabes que hasta las doce no os podemos dar los regalos, cuando estéis todos —advirtió ella.
Lucas se encogió de hombros, mirando los sosos cereales con disgusto. 
—No me refiero a ese. Va a ser uno mucho mejor, ya verás. 
Lucas apenas tenía recuerdo de los pasados cuatro años, con sus respectivos cuatro días de Reyes. Y siempre, sieeempre, les habían regalado a todos algún libro o alguna revista, quizá un pequeño coche de juguete. A todos les hacía mucha ilusión, incluído a él. Sin embargo, ese año ese regalo que aún no conocía se le había quedado pequeño. 
Sus amigos Rafita y Valeria no tardaron en llegar. Eran sus mejores amigos de allí. A veces se peleaban entre ellos, porque Rafita a veces se ponía un poco bruto jugando y Valeria solía irse llorando y gritando cada vez que alguien le llevaba la contraria. Sin embargo, a Lucas le caían bien. 
Pasaron la mañana juntos, como siempre. Era sábado, así que no tenían que ir al aula de clases esa mañana, y pudieron pasarla charlando y jugando en una de las salitas. Su preferida era la que tenía las paredes pintadas de azul. 
Lucas les contó su sueño, y sus amigos se rieron y le contaron lo que habían soñado esa noche también. 
Pero él dejó de escuchar cuando sus oídos recogieron unas risas fuera de la puerta. Se asomó corriendo, pero solo alcanzó a ver la espalda de un hombre mayor de vaqueros y chaqueta verde girando por la esquina del pasillo. Su estómago hizo una cosa rara, parecida a la que hacía cada vez que estaba a punto de empezar una carrera en la clase de Educación Física. 
—¡Lucas! ¿Qué haces? —le llamó Rafita— Ven, vamos a jugar a algo. 
El resto de la mañana pasó volando. El regalo que les tocó a todos ese año fue un MP3 pequeñito, que tenía cien canciones. ¡Cien! Lucas, Rafita y Valeria se pasaron el resto del día escuchándolas y comentándolas. Era el regalo más chulo que les habían dado hasta la fecha.
Además, Matías había estado contándoles un cuento por la tarde a los que habían querido. Siempre los contaba muy bien, porque tenía una voz muy agradable y siempre actuaba igual que lo que estaba leyendo.
Pero a Lucas no se le había olvidado que aún le quedaba un regalo. Casi era la hora de la cena, y la emoción que había tenido durante todo el día se había ido transformando en otra cosa mucho más fea. No paraba de pensar que había sido un tonto por haber estado esperando algo durante todo el día. Además, ¿qué estaba esperando? En todos los años que estaba allí, nunca había pasado nada emocionante, y no entendía por qué justo ese día había ido diciéndole a todo el mundo que iba a pasar algo guay.
—Se van a pensar que soy un tonto —susurró, con los puños sujetándose los mofletes, sentado en la cama después de ducharse.
Justo en ese momento, llamaron a la puerta y él dio un bote en la cama por el susto. Elena asomó la cabeza con una pequeña sonrisa, y justo encima de ella apareció también la cabeza sonriente y gordita de Matías. 
—Lucas, ¿puedes venir un momento?
Él se levantó automáticamente, asintiendo. El corazón le iba muy rápido, pero no sabía por qué. Solo sabía que Matías y Elena nunca habían ido a buscarle a su cuarto.
Según iba por el pasillo quiso hacer muchas preguntas, pero no se le ocurrió ninguna en concreto y se quedó callado. Los otros dos seguían sonriendo.
¿Sabes? —comentó Elena— Creo que tenías razón esta mañana, cuando me dijiste que te quedaba un regalo.
Antes de poder decir nada, entraron a la oficina del director. Si se hubiera dado cuenta de que iban hacia allí, se hubiera pensado que se había metido en líos. 
El director estaba acompañado por dos hombres mayores. Los dos eran morenos. Uno tenía barba, pero el otro no. Lucas pareció reconocer al señor de los vaqueros y la chaqueta verde que había visto por el pasillo esa mañana. ¿Qué hacía allí de nuevo?
—Hola, Lucas —saludó el director. 
—Hola —respondió él. Se había olvidado de su nombre, de nuevo—. ¿He hecho algo mal? —preguntó, ahora de repente preocupado.
Los dos hombres le estaban mirando con unas sonrisas enormes en la cara, y uno de ellos rió entre dientes a lo que Lucas preguntó. Lucas tampoco podía parar de mirarles con curiosidad.
—No, no te preocupes —dijo el director—. Tengo una noticia que creo que te va a gustar. Dime, Lucas, ¿tú estás bien viviendo aquí?
Lucas le miró rápidamente, extrañado. Se encogió de hombros.
—Supongo. Están mis amigos, y Elena y Matías siempre son majos. 
—Bueno —continuó él—, ¿y qué te parecería mudarte a otro sitio? Otro sitio en el que no haya siempre tantos niños, donde tengas una habitación muy grande para ti solo.
Lucas sintió que se le iba a salir el corazón del pecho. Miró a los dos hombres casi con urgencia, intentando encontrar respuestas a todas las preguntas que tenía en su cabeza. 
Finalmente, uno de ellos se acercó y se agachó hasta quedar a su altura. Tenía los ojos marrones muy claritos. 
—Hola, Lucas —se presentó, tendiéndole una mano. 
Le gustaba su voz. Le dio la mano.
—Hola. ¿Quién eres? 
El hombre sonrió aún más. 
—Yo me llamo Iván, y ese de ahí es Javier. ¿Qué te parecería si fuéramos tus nuevos papás?

martes, 18 de febrero de 2020

Prompt 1: Un baile multitudinario

Año nuevo, vida nueva
Laura intentó perderse en el baile. La música era buena, el ambiente no estaba demasiado cargado, ella misma estaba agradablemente achispada... todo debería haberla hecho sentirse contenta mientras bailaba bajo los focos de colores al ritmo de Bad Bunny. 
—¿Cómo te llamas?
Ahogando un suspiro de cansancio, Laura pasó del chico que llevaba viendo acercarse desde hacía un par de minutos. Se dio la vuelta y se dirigió hacia la barra, dispuesta a comprarse otro combo de dos cubatas por diez euros. 
Ahora solo le quedaba encontrar a alguno de sus amigos.
O, lo que era incluso mejor, a Juan. 
Toda la gente a su alrededor parecía tan contenta. Todas las caras se miraban y cantaban con una sonrisa y la cara sudorosa, el maquillaje corrido por el calor, a pesar de que era 1 de enero. 
Pero ella no era capaz. 
Cuando llegó a la barra se encontró con su amiga Mireia. Ella estaba más borracha aún, y pareció muy aliviada de verla.
—¡Laura! ¿Dónde leches estabas? —preguntó mientras le daba un fuerte abrazo—¡Te llevamos buscando desde hace como media hora!
Laura no pudo reprimir una mueca de disgusto junto con un pinchazo de culpabilidad. 
—Ya sabes... —gritó por encima de Becky G.— Estaba hablando con Juan. 
Ahora fue Mireia la que puso una mueca, sabiendo exactamente lo que pasaba. 
Siempre la misma historia. No sé para qué salgo de fiesta.
—¿Habéis discutido?
Laura se encogió de hombros.
—He dado un par de vueltas a la sala, ya me iba a volver a salir.
Su amiga la tomó de la mano y se abrió mano a empujones entre la gente.
Cuando salió a la calle, lo primero que hizo fue mirar alrededor, a los grupitos de gente, en busca de esa familiar cabeza de pelo rubio rizado que no había entrado detrás de ella cuando se había ido enfadada. A pesar de que lo había estado esperando. 
—¿Qué ha pasado esta vez? —inquirió Mireia, sacándose un piti del pequeño bolso beige. 
Laura se abrazó a sí misma cansada.
—Lo de siempre. Hemos discutido por una tontería, hemos exagerado todo, y me he ido esperando que viniera para solucionarlo. Pero no. ¿Le ves?
Mireia echó un vistazo alrededor y soltó una calada. 
—Nop. Pero allí está el resto. ¿Quieres ir?
Ella negó con la cabeza.
—Creo que voy a llamarle. Quiero arreglarlo.
Su amiga la miró con el ceño fruncido, y ella ya sabía perfectamente lo que estaba pensando y lo que iba a decir antes de que lo hiciera.
—No te voy a decir nada, pero no creo que esta situación sea sostenible. ¿Cuándo fue la última vez que salisteis de fiesta sin discutir?
Laura hizo memoria y, al no encontrar una respuesta, decidió encogerse de nuevo de hombros en vez de responder. 
Su amiga suspiró.
—Ven a buscarme si necesitas algo, o llámame, ¿vale?
Ella asintió, y después cruzó a la acera de enfrente, que estaba mucho más vacía. 
Justo cuando estaba a punto de entrar en el paso de cebra, le vio de reojo, riendo y charlando relajadamente con unos amigos que a ella no le sonaban, al lado de la otra discoteca que había en esa calle. 
Se acercó a paso rápido, sin poder evitar pensar en lo bien que fingía él con el resto que no le pasaba nada. O eso, o realmente no le importaba una mierda que hubieran discutido y que ella estuviera rallada. 
En cuanto la vio acercarse, su expresión cambió como si acabara de morder un limón, y se despidió rápido  antes de acortar la distancia que había entre ellos. . 
Laura sentía que todos alrededor les miraban, esperando que pasara algo.
—¿Ya se te ha pasado? —preguntó él, con recochineo.
Ella sintió que la ira bullía en su interior y se mordió la lengua. 
—Creo que no soy la única a la que le pasa algo.
—A mí no me pasa nada. No soy yo el que se ha enfadado contigo por una estupidez. 
Ella apretó la mandíbula.
—No me enfadé contigo. Simplemente no sabía dónde habías ido, y estuviste más de tres cuartos de hora cuando nos fuimos del parque sin aparecer ni responder a los mensajes. Solo quería saber dónde estabas para ir contigo —intentó explicar de manera calmada, aunque le salió un tono más borde de lo que le hubiera gustado.
Juan resopló y puso en blanco sus ojos marrones. 
—Estaba con unos amigos que me avisaron de que estaban cerca. No me iba a perder. No pasa nada porque no estemos juntos toda la noche. 
Laura se pasó las manos por la cara. 
—No es que no quiera estar separados ni un momento, Juan, solo quería saber que estabas bien. ¿O preferirías que no me preocupara? —se arrepintió el mismo momento en el que soltó la pregunta. 
Porque no quería saber cuál era la respuesta. 
Que fue encogerse de hombros y mirar hacia otro lado, casi con aburrimiento.
—Yo no te he pedido que te preocupes. 
No podía soportar eso más, así que se dio la vuelta y echó a andar, intentando dejar ir el enfado y la frustración de alguna manera. ¿Cómo podía ser tan denso? ¿Cómo podía importarle tan poco? 
—¿Me estás diciendo que si hubiera sido al revés no te hubieras preocupado ni un poquito si no aparezco en casi una hora?
—Ya eres mayorcita, habría supuesto que estabas haciendo algo o hablando con alguien.
Ella soltó un gruñido.
—Mira, vete a la mierda —se fue pisando fuerte.
Como siempre que hacía eso, esperó escuchar unos pasos fuertes detrás suya, siguiéndola. Deseó con todas sus fuerzas que él la cogiera del brazo para pararla, que se diera cuenta de las tonterías que estaba diciendo y pudieran hablar las cosas como personas racionales. 
Pero, también como siempre, en seguida se encontró sentada en el bordillo entre dos coches, con la cara entre las manos y el maquillaje corrido. 
De nuevo la intentaba hacer sentir como si fuera siempre una exagerada, como si sobre actuara y lo que sintiera no fuera lo suficientemente importante como para intentar arreglarlo al momento. Como si lo mal que lo estaba pasando fuera culpa suya, por tomarse las cosas siempre a mal. 
La gente seguía pasando a su alrededor, riendo hasta que se daban cuenta de que ella estaba allí. Entonces, sus risas cambiaban a esa expresión de pena que tanto se ve en las discotecas y las fiestas cuando hay una chica llorando.
Después de más de tres años de relación, estaba muy quemada. Siempre que tenían un problema se sacaba tanto de proporción, y ella salía tan mal parada mientras a él parecía no afectarle, que sintió que no podía soportarlo más. Sentía que Juan era su media naranja, que iba a ser el padre de sus hijos e iba a formar una familia con él. Pero en ese momento, sentada entre gente que parecía mirarla con la respuesta en los ojos, algo cedió. Sintió que no quería seguir viviendo eso en dos meses, mucho menos en dos décadas.
—Amiga, date cuenta —escuchó susurrar a una chica que pasó tambaleándose, agarrada del brazo de otra.
Esa otra la chistó, avergonzada, pero a Laura le salió una risa - si bien quizá un poco histérica.
—Gracias, creo que me acabo de dar cuenta.
Se levantó, se limpió la parte de atrás del pantalón, y rehizo el camino de vuelta a donde Juan seguía hablando con esos amigos, que la miraron con una cara agria cuando la vieron volver.
Él se giró para ver qué pasaba, y cuando la vio venir se le puso en los ojos esa expresión de "he ganado".
—Tienes razón —soltó ella, tragando con fuerza.
Él alzó las cejas.
—¿Ah, sí? 
—Sí —Laura apretó los puños y se decidió por fin a hacer lo que llevaba mucho tiempo pensando, pero nunca se había atrevido, porque por alguna razón había seguido pensando que la siguiente vez todo sería diferente, que iría a mejor. No lo haría—. Tú no me has pedido que me preocupe por ti. Así que no lo voy a hacer. Hemos roto, Juan. No merezco alguien que no me aprecie, y supongo que tú no necesitas a alguien como yo. Me largo.
No recordaba haber tenido que tomar nunca una decisión que le hiciera tanto daño, pero sabía que era lo mejor, y que lo agradecería en el futuro. Cuando encontrara lo que de verdad merecía. 
Después de eso, se alejó y llamó a Mireia para que la acompañara a casa. De camino, le contó todo lo que había pasado. 
Y se fue a casa con un corazón que ya había estado roto desde hacía tiempo, pero respirando algo más tranquila.  




52 retos de escritura

Siguiendo mi objetivo de empezar a ser más constante con la escritura y el dibujo, a principio de año decidí comenzar un reto que vi para escritores, en el Blog LiterUp
En resumen, este reto consiste en hacer un relato cada una de las 52 semanas del año, siguiendo una serie de "prompts" que marcan el tema cada semana.
Como se puede ver, yo ya voy tarde, pero estoy decidida a retomar el ritmo y ponerme al día para poder apuntarme a la lista que se ve en el propio blog. Solo para tener un poquito más de presión que me motive a terminar esto.
Así que bueno, espero que este reto me ayude a tener algún tipo de rutina mejor que la que he tenido hasta ahora, y que me inspire a crear cosas chulas. Quizá hasta que me dé alguna idea para una novela más larga en el futuro, no sé.
Bueno, no me voy a alargar mucho más. Ya veremos cómo avanza este año, este reto, y yo. Espero que os guste lo que salga, o incluso que alguien se anime a hacerlo.
¡Suerte (para vosotros, pero sobre todo para mí)!

martes, 11 de febrero de 2020

Propósitos de año nuevo

Creo que nunca he sido demasiado constante con mis aficiones. 

Cuando tenía unos trece o catorce solía escribir cada día, o cada pocos días, y además solía ser capaz de ponerme horas y horas seguidas sin aburrirme y sin parar. Ni siquiera me costaba esfuerzo.

Ahora me parece mucho más difícil. Durante un tiempo pensé que quizá eso significaba que había dejado de gustarme escribir, que mi cerebro me estaba dando señales de que ese hobbie ya no me aportaba nada, que no era lo mío y que buscara otra cosa. 

Pero de vez en cuando me ponía, y hay épocas en las que me sentía súper inspirada y no paraban de venirme ideas a la cabeza sobre cómo seguir con una historia, sobre cómo hacer un fanfic de mi última obsesión, o sobre más historias que podría hacer.  Y cuando de verdad me ponía a escribir, o terminaba un capítulo (aunque a veces me cueste días o semanas), sentía una alegría y orgullo que pocas veces he sentido con otras cosas. 

Así que he llegado a la conclusión de que sí es lo mío. Simplemente, voy a rachas. Pero eso se puede arreglar, si consigo ser constante y entreno un poco la disciplina.

Puede que no me salga solo el ponerme horas y horas cada día a crear, o que las palabras no me fluyan como cuando tenía catorce años y sin saberlo estaba haciendo una versión tremendamente cutre de Hush, hush, pero cuando me pongo, sé que lo estoy haciendo bien. 



Además, tampoco es que no haya terminado nada nunca. Si me pongo a contar, tengo dos libros terminados, uno a punto, un relato corto que con un poco de suerte termino en unos días, dos fanfics que realmente son novelas (y estoy muy orgullosa de uno de ellos, aunque quede mal decirlo), varias historias cortas... Supongo que, viendo cómo todo el mundo escritoril a mi alrededor no para de hacer cosas, de subir contenido a sus redes, a su Patreon, de rellenar cuadernos con su worbu, etc., me es muy fácil caer en el pensamiento de "no estás haciendo suficiente, mira cómo ellas hacen todo eso, y tú aquí perdiendo el tiempo cada día".

También es una broma recurrente que he visto por redes la de decir que a los escritores les encanta tener cosas escritas pero odian escribir. Y eso, de vez en cuando, me sirve para paliar a esa vocecilla que no para de decirme que soy un desecho como escritora. 

Quizás es el famoso síndrome del impostor. 





En fin, lo que yo venía aquí a decir es que he decidido tomar cartas en el asunto. El otro día por Twitter me encontré un post en un blog con 52 retos literarios, 52 "prompts" para hacer un relato por cada semana del año. 

Y he decidido que voy a intentar hacerlo.

Sé que no me cuesta demasiado inventar relatos, porque ya hice cuatro para Halloween (que quizá suba por aquí?), así que he pensado que me podría venir bien para, por lo menos, mantenerme ocupada y conseguir una rutina, aunque cada relato no sean más que 200 palabras. Además, me viene bien practicar los relatos porque soy pésima en ir al grano como seguramente, si es que alguien ha llegado hasta aquí, habréis podido comprobar.

Ya voy a empezar mal, porque ya estamos en la segunda semana y aún no he empezado ni el primero pero, en mi defensa, estoy de exámenes. Así que ya compensaré cuando los termine (pero de verdad, no es una excusa (espero)).

He empezado por apuntarme en la agenda los dos primeros temas de los relatos, para verlos cada vez que la mire y quizá me venga alguna idea a la mente: uno tiene que ir sobre un baile multitudinario; otro sobre algo que pase el Día de Reyes. 

Por ahora estoy procastinando escribir y estudiar, ¡pero deseadme suerte!

Dejar ir

Últimamente estoy teniendo la oportunidad de reflexionar mucho sobre el concepto de amistad, ya que he tenido que verme forzada a desarrollar amistades con mucha gente nueva en muy poco tiempo. Y, por gajes del oficio, me he dado cuenta de las dinámicas que pasan al principio de las relaciones.

Pero no he venido a llorar sobre eso. Eso simplemente me ha hecho reflexionar sobre cómo a veces tengo la sensación de que debería hacer (o debería haber hecho más), y me castigo mucho, pero no me doy cuenta de que las amistades, al igual que las relaciones de pareja, van en dos direcciones.


Hay muchos amigos aquí con los que me gustaría hablar más, por la presión de que en dos semanas me voy y lo quiero hacer todo con ellos, no perder el tiempo  -obviemos el hecho de que en el mejor de los casos tampoco podría hacerlo porque los exámenes no se aprueban solos y las segundas matrículas tampoco se pagan solas. 


Y eso me ha hecho hablarles mucho, en repetidas ocasiones, porque tengo la sensación de que debo hacerlo para estar en contacto con ellos. Eso, otras muchas veces, me ha hecho sentir que soy tremenda pesada, y eso es una de las cosas que más nerviosa me ponen de mí.


Luego me doy cuenta de que no es solo que yo me vaya y no les vaya a ver en mucho tiempo (siendo optimista). Es que ellos tampoco me van a ver a mí, y a veces se me olvida que ese es un matiz importante. Y me doy cuenta de que no lo estoy haciendo mal y, si lo estoy haciendo mal, no soy la única y eso significa algo. También me hace pensar que probablemente le estoy dando una importancia muy elevada a algo que tampoco tiene tanto porque jaja sí ansiedad. 


Realmente, si la amistad está destinada a durar, no va a pasar nada porque dejemos de hablar cuando me vaya - porque hablaremos de vez en cuando, porque habrá interés mutuo en continuar la amistad, y luego no será para tanto. O quizá la amistad no sea tan fuerte y se rompa, pero eso es algo que no puedo arreglar en literalmente 13 días. 




Por otra parte, me he dado cuenta de que ese pensamiento -el de culpa por no hacer más- es algo que me pasa muchas veces, con mucha gente. En mi adolescencia conocí a muchas personas, y me separé muchas veces de mis grupos, por unas razones o por otras.


Sin embargo, estoy bastante segura de que a día de hoy no me llevo exactamente mal  con ninguno de ellos, y eso hace que, de vez en cuando (cuando veo sus stories en instagram, o una foto en mi galería profunda, o simplemente recuerdo algún plan especial), me den unas ganas terribles de hablarles y decirles "eh, prepárate, que en cuanto vuelva a España nos vamos a ver". 


Y otras tantas veces me tengo que parar para no hacerlo.


Porque esa frase ya la he dicho muchas veces, y otras tantas veces me han respondido "si, jaja, de una, un día te digo y te vienes". Pero nunca me dicen, así que nunca voy. 


Por una parte mi mente dice: tienes que insistir más, quizá ellos también pensaban que lo decías por quedar bien. 


Pero por otra ha llegado un punto en el que me doy cuenta que siempre tengo que ser yo la que inicie el acercamiento, la que se encuentre con una amiga a la que tiene cariño en fiestas y le diga borracha "¿Te puedo abrazar?". Siempre dicen que sí, claro, por qué no. Pero nunca ningún amigo antiguo ha venido a decirme eso a mí, y me empieza a dar la sensación de que yo lo echo más de menos. De que les echo más de menos que ellos a mí. 


Diría que eso me duele un poco, pero realmente creo que solo me frustra saber que he cambiado, que merece la pena conocerme (de nuevo), y que no lo quieren intentar. Y yo sí. 


Porque nunca he sabido cuándo dejar ir a la gente -incluso si ellos ya se han ido.