jueves, 7 de mayo de 2020

Prompt 13: Amnesia

Un idioma secreto
Estela reganó la consciencia poco a poco. Sentía los pensamientos lentos y pesados, como una masa espesa. De repente, le dio la apremiante sensación de que algo no iba bien.
Abrió los ojos de golpe, y se incorporó en la cama, mirando a su alrededor. Estaba en su cuarto. Eran las mismas sábanas verde menta, el mismo armario entre abierto, las mismas paredes color crema. Su estómago le dio un vuelco cuando pasó la vista por la mesilla de noche, en la que solo había una lamparita, un libro y su móvil con una luz.
Salió de la cama de golpe, derecha al baño. Pasó por el pasillo como una exhalación, con la mano en la boca, y apenas sí le dio tiempo de levantar la tapa del váter antes de vomitar lo poco que tenía en su estómago. No recordaba qué había cenado la noche anterior.
Después de un rato, se levantó y se miró al espejo. Tenía la camiseta del pijama algo levantada, y pudo ver una venda. Frunció el ceño y se levantó más la camiseta. ¿Qué demonios le había pasado? Sintió su pulso acelerándose, y su respiración se volvió loca mientras se tocaba la cadera. Se palpó, intentando decidir algo, y se dio cuenta de que, aunque la venda le daba la vuelta a toda la cintura, le dolía más en la parte izquierda de la espalda baja.
—¿Qué demonios? —musitó, con los ojos como platos. 
Trató de buscar el comienzo de la venda para quitársela y ver qué demonios le había pasado. Sus pensamientos ya no eran espesos, es más, estaba pensando tan rápido que ni siquiera podía entender una idea antes de que fuera sustituida por la siguiente. La mayoría no sabía si tenían sentido, o eran solo una serie de confusos gritos mentales.
—No te lo toques.
La voz le hizo dar un grito y un salto, lo cual hizo que le doliera la espalda y tuviera que sisear, poniéndose la mano encima. 
—¿Qué haces aquí? —le preguntó a León, su hermano pequeño. 
Él la miró extrañado. Llevaba el pijama, y sus ojos oscuros le parecieron estar muy, muy tristes. Estaban hinchados. ¿Había estado llorando? ¿Le había pasado algo con alguien, y por eso estaba allí? 
—Ayudarte con eso.
—¿Qué me ha pasado? 
Su hermano no pareció ni un poco sorprendido por su pregunta. ¿Por qué no le parecía raro que no se acordara?
—Tuviste un pequeño accidente —dijo, apretando la mandíbula y apartando la mirada—. Te pusieron una anestesia bastante fuerte, dijeron que te costaría un poco recordar. 
Estela se quedó un poco parada con la boca entreabierta, pero la respuesta de su hermano la tranquilizó. Si él estaba así de calmado, no podía ser tan malo, ¿no?
—¿Estoy bien? —se sintió estúpida teniendo que hacer esa pregunta.
León asintió, aunque se dio la vuelta y fue a la cocina. 
—Vamos a desayunar. 

En seguida los dos estuvieron en la mesa del salón, con sendas tazas de café. León había insistido en hacerlo de máquina, aunque a ella no le importaba que fuera soluble. Miró a la simple tostada sobre su plato, sin mantequilla pero con una tonelada de mermelada, y su estómago rugió. 
Le dio un gran mordisco y sintió el sabor del melocotón en su lengua. 
¡Puaj!
Levantó la cabeza de golpe, buscando la fuente de esa voz, aunque sabía que había sonado solo en su cabeza. Le pareció una voz conocida, aunque de primeras no supo quién sería. 
De mi hermano
Asintió, mirando a León. Ahora que lo pensaba, sí que había sido de León. Aunque a él no le disgustaban las tostadas de mermelada, es más, se estaba comiendo una igual que ella. 
Frunció el ceño, sintiendo un dolor de cabeza emergente. Dejó la tostada de nuevo en el plato y se levantó.
León la miró con curiosidad. 
—Me voy a duchar.

Fue a su cuarto y cogió ropa de calle. No sabía muy bien qué quería hacer, pero tenía la sensación de que debía salir, que le diera el aire. 
Llegó al baño y cerró tras de sí antes de dejar la ropa sobre el lavabo y coger las toallas que había colgadas en una percha tras la puerta. Al cogerlas, vio algo caer y se agachó para cogerlo.
Sus manos tocaron una tela suave y pomposa, y ahogó un grito, apartando la mano como si quemara. Se cayó al suelo de culo, y solo entonces pudo ver que era un calcetín. Un estúpido calcetín blanco, con círculos azules, de los que son muy suaves y se compran en Primark.
En su mente apareció una figura de hombre, con la etiqueta "Hermano". Suspiró. Debía ser de León. 
Su dolor de cabeza aumentó exponencialmente, y se levantó con un siseo. Cogió un Paracetamol y se lo tomó con un trago de agua del lavabo. Luego, se metió en la ducha sin querer pensar en por qué solo había un calcetín, y por qué su mente había decidido no recordar lo que fuera que había pasado.

Al salir de la ducha y preguntar a León, este le dijo que le habían dado la baja hasta el lunes, o sea que aún le quedaban tres días libres. Una parte de Estela quería ir a trabajar; le gustaba lo que hacía, y echaba de menos a los chavales a los que daba clase en el instituto. Además, tampoco entendía por qué tendría baja, si él le había dicho que no había sido para tanto. 
León decidió que irían a comer por Madrid y a dar una vuelta para despejarse, pero que en el momento en el que se sintiera mínimamente cansada tendría que volver. 
—¿Seguro que es normal que no recuerde nada de lo que pasó? 
—Los médicos dijeron que sí. 
—Pero, ¿qué pasó? No sería más que un corte, no tiene sentido. 
León suspiró. Iba mirando por la ventana del autobús. En ningún momento la miró mientras hablaban, y ella empezaba a molestarse. Sabía que su hermano pequeño siempre había sido bastante reservado, pero estaban hablando de su salud, física y mental. Podría tomárselo un poquito más en serio. 
—El psicólogo dijo que se llama amnesia psicógena, y que pasa bastante. No hay ningún problema neurológico, ni nada; te hicieron pruebas. Cree que debemos darle a tu cerebro un margen de una semana para que recuerde él solo, que será mejor que decírtelo nosotros —la sorprendió cogiéndole la mano y dándole una pequeña sonrisa—. Pero que sepas que tú estás perfectamente, y todo salió bien.
Estela se reclinó contra el asiento y exhaló, inflando los mofletes. No le parecía justo que su propia mente se rebelara contra ella, pero le tranquilizó saber que no pasaba nada serio, y que en una semana como mucho sabría la verdad. 
Justo en ese momento, empezó a sonar una canción nueva en el autobús. El conductor llevaba todo el camino con la radio puesta, pero esa en concreto hizo que sus ojos dejaran de enfocar. Era Bad Medicine, de Bon Jovi. Se le puso un nudo de angustia en el pecho, y sintió que estaba más triste que nunca. Miró a su alrededor, confusa. No podía estar así por la canción, porque aunque la letra era algo triste, ella llevaba sin pareja desde hacía años, y estaba muy bien así. 
En su mente, apareció una imagen de la casa de sus padres, con esa canción sonando de fondo. La risa de su madre, la sonrisa de su padre mientras daba un trago de vino. Un reflejo de ella en el gran espejo del salón, bailando la canción con alguien, algo borracha. ¿León? No, una imagen de León, tirado en el sofá con el móvil en la mano, grabándola, completó la escena. 
¿Quién era el que bailaba con ella? 
El autobús frenó en ese momento, y León tiró de su mano. Era su parada. 
En cuanto puso un pie fuera, decidió que no había nadie más en ese recuerdo. Solo ella, bailando sola con su familia.

Caminó por las calles de Madrid centrándose en todo a su alrededor. La gente, las tiendas, el ambiente. Fueron por Gran Vía, y llegaron a Callao antes de girar de camino a Sol. Estela se sentía bien, pasando tiempo con su hermano de nuevo. Hacía bastante que no pasaban una tarde así, y le dio cosa que hubiera tenido que encontrarse mal para por fin hacer tiempo para él. Se prometió que intentaría volver a hacer planes más adelante. 
León cada vez parecía más animado, aunque ella seguía viendo un brillo de tristeza en sus ojos, y no entendía muy bien por qué. En cuanto se sentaran en algún sitio a tomar algo, se lo preguntaría. 
La herida le seguía doliendo de vez en cuando, pero León le había dado unas pastillas que le había mandado el médico, y en seguida sintió mejoría. Aunque también sentía la cabeza un poco ligera, supuso que por el anestésico. Se reía un poco demasiado por cualquier tontería.
Justo se estaba riendo de un hombre disfrazado de koala gigante que había justo frente al Corte Inglés cuando alguien se cruzó muy cerca de ella. Le miró por encima del hombro con el ceño fruncido, hasta que le llegó el olor. 
Alonso.
—¿Quién es Alonso? —preguntó en alto, con el corazón a mil por alguna razón que no llegaba a comprender.
—¿Qué? —la pregunta de León parecía más bien un grito.
Le miró extrañada, parando en medio de la calle abarrotada.
—El olor de alguien al pasar me ha recordado ese nombre, pero no sé quién es. Solo es un nombre.
Su hermano fingió una sonrisa.
—Siempre me ha parecido muy curioso el poder de los olores. Es como cuando asomas la cabeza por la ventana un día de abril y de repente piensas "huele a verano".
Estela se rio un poco, pero algo en su interior seguía desubicado. Además, León había dicho todo eso con un falso tono alegre que no le gustaba ni un pelo. 
Intentó no decir nada, hasta que después de un rato por fin llegaron a un 100 Montaditos. 
Estela sacó el móvil y vio que alguien que le sonaba de algo la había etiquetado en una foto de Instagram, y que tenía veinte nuevos mensajes y diez solicitudes de amistad. 
¿Qué demonios? 
Se metió en la aplicación, y en apenas un segundo sintió que se le caía el móvil sobre la mesa. Sus ojos seguían fijos en una imagen. Era ella, abrazando a un chico. Un chico con sus mismos ojos marrones, su mismo pelo rubio, y su misma sonrisa. Incluso la misma forma de la nariz. 
Miró a León con la respiración hecha un desastre, y él estaba pálido, mirando el teléfono como si hubiera visto un fantasma. Abrió la boca para decir algo, pero la volvió a cerrar. 
No hacía falta que dijera nada. Los recuerdos volvieron a ella como un tsunami. El de la foto era Alonso. Alonsito. El imbécil de su hermano gemelo. Con el que hasta se había inventado un idioma secreto. Todos los recuerdos de su infancia volvieron a ella. ¿Cómo podía haber olvidado a la persona más importante de su vida? Claro que ese hombre le había recordado a Alonso, llevaba su misma colonia, la que ella siempre le regalaba por navidad para vacilarle antes de darle su regalo de verdad. Claro que no había estado bailando Bad Medicine sola con su familia, había estado bailando con él, haciendo el tonto. El calcetín no era de León, era de Alonso, que siempre se los dejaba tirados por cualquier parte cuando se quedaba a dormir con ella. Y no era León el que odiaba la mermelada de melocotón, era Alonso, que siempre las tomaba solo de Nocilla. 
Estela sintió un sollozo romper por su garganta, y se llevó las manos a la boca, mirando a León. No sabía qué había pasado. No sabía por qué se sentía así. Solo sabía que Alonso ya no estaba. 
—¿Por qué? —fue lo único que consiguió decir. Apenas se escuchó a sí misma por el ruido de su corazón estallando en mil pedazos. 
Su hermano, su otro hermano la cogió en un abrazo, y los dos empezaron a mecerse, sin importarles que el resto de mesas a su alrededor les estuvieran mirando. Estuvieron en silencio un par de minutos, hasta que ella repitió la pregunta. Necesitaba saber. 
León se apartó y se pasó las manos por la cara. También estaba llorando. Las pocas esperanzas que Estela tenía de que su gemelo simplemente estuviera lejos, o mal, se desvanecieron al ver las lágrimas de León. 
Le vio tragar con fuerza antes de hablar. 
—El sábado pasado llamó de madrugada. Dijo que habíais salido de fiesta, y que habías empezado a encontrarte muy mal. Estaba confuso, porque habías estado bebiendo, pero no tanto como para ponerte así. Dice que vomitaste, dijiste que te dolía muchísimo la tripa y la espalda, que tenías miedo, y te desmayaste. Le dijimos que llamara a la ambulancia. Cuando llegaste al hospital, te hicieron pruebas y dijeron que tenías fallo renal. Que debía llevar bastante tiempo creciendo, y que ese día había llegado a su límite.
Estela no dijo nada. Solo lloraba, con las manos aún sobre la boca. Los recuerdos de la fiesta también volvieron. Había estado hablando con una chica cuando le pasó, y fue corriendo a buscar a Alonso, asustada. Recordó ver sus ojos oscuros llenos de preocupación antes de desmayarse; y después, cuando se despertó en el hospital. 
>>Necesitabas un trasplante —siguió León, con los puños apretados y mirando a la mesa como si ésta fuera la culpable de lo que estaba contando—. Los médicos dijeron que no tardaría mucho, pero Alonso dijo que te lo donaba sin problema. Estuvo un par de días ingresado contigo. No te despertaste mucho, la única vez que lo hiciste empezaste a gritar de dolor y tuvieron que sedarte.
—Recuerdo eso —musitó. 
—En cuanto pudieron hacer la operación, entrasteis los dos. Alonso estaba contento. No son operaciones con mucho riesgo, y le gustaba poder ayudarte. Dijo que al menos así el resto de su vida en abstinencia se pasaría mejor porque tú también la pasarías con él, y podría meterse contigo 
Su hermano se calló. 
—¿Qué pasó? —instó. No quería saberlo. Solo quería levantarse e irse. Pero debía saberlo. 
León se secó las lágrimas con excesiva fuerza, dejándose un restregón rojo bajo los ojos. 
—Hubo complicaciones. Los médicos no saben muy bien por qué, pero su corazón simplemente paró. Dicen que a veces pasa, aunque es raro. Las operaciones nunca son cien por cien seguras, dijeron.
Estela controló el sollozo que la derrumbó por dentro, dejando solo un inmenso vacío. 
>>Te lo contamos cuando te despertaste. Te dio un ataque de pánico, te tuvieron que sedar. Cuando despertaste el jueves, no recordabas nada. 
Estela se quedó en silencio unos minutos, recomponiendo las piezas del horrible y asqueroso puzzle que eran sus recuerdos. Todo encajaba, pero joder, solo esperaba que León le dijera que era una broma pesada, y su hermano pequeño (por diez minutos) apareciera por esa puerta. 
—¿No va a volver? —preguntó, desesperada.
León la volvió a abrazar, y sintió que él temblaba. 
—Lo siento, tata. Lo siento tanto.