domingo, 13 de julio de 2014

Escribir es flotar en el vacío

   Esto no va a ser una reseña, ni tampoco el comentario de un libro, ni nada por el estilo. Esto va a ser la representación por escrito de aquello que está dentro de mí, guardado donde no existen las palabras, y ahí es donde entro yo, ilusa de mí, tratando de crear una definición que le haga justicia a esa sensación que siento cada vez que creo, imagino, invento. Cada vez que escribo.
   Hace muy poco que me he dado cuenta, del momento más pacífico de mi día, de mi semana, de mi vida. Es ese momento en el que me pongo los cascos, pongo mi música preferida, y abro el documento de Word que contiene todo en lo que he estado trabajando los últimos meses, incluso años. Demasiadas páginas que contienen lo que para mí representa mi... digamos... evolución desde que hace tiempo alguien me convenció de empezar a escribir.
   No recuerdo cómo, por qué, ni tampoco claramente el cuándo. Pero un día, hace dos o tres años, empecé a escribir una historia corta. Solo recuerdo a una amiga que había empezado a hacer lo mismo, y de alguna manera me vi a mí misma empezando a escribir una historia corta, que en teoría iba a tener unos tres capítulos, sobre... bueno, sobre zombies. 
   He de decir que aquella historia no llegó a muy buen puerto. La idea estaba bien, supongo, pero en ese momento no había leído lo suficiente como para saber hacer una historia que valga la pena leer, aunque sea una corta. Y al final la pequeña historia quedó sin terminar, olvidada a mitad del segundo capítulo, escrita en folios doblados por la mitad para asemejar un libro y con la letra propia de alguien que tan solo acaba de salir del colegio.
   Después de ese fiasco, me propuse escribir una novela. Una de verdad, por la gente pagaría para leer, que significara algo para alguien, le hiciera imaginar que estaba en ella, enamorarse, llorar, sufrir, ilusionarse... bueno, todo lo que se supone que una buena novela debería hacerte sentir, supongo.
   Esa primera historia tampoco fue un gran éxito.
   Me pasé más de un año borrando y reescribiendo tan solo el primer par de capítulos. Las historias que leía me influenciaban, probablemente demasiado, de modo que me frustraba, me aburría y lo dejaba, tan solo para borrarlo y volver a hacer otra copia barata de cualquier otro libro que me acabara de leer al cabo de un mes.
   Y así fue más de el primer año de vida de mi libro, un constante escribe-borra-escribe-borra-escribe-golpéatelacabezacontraelteclado-borra. Luego, hace tan solo unos meses, por alguna razón que ni siquiera recuerdo, decidí hacer mi libro algo mío, conseguir una buena idea, y, maldita sea, estructurarlo con mi idea, no la de otros escritores con sutiles diferencias. 
   Lo conseguí. 
   Tampoco recuerdo de dónde saqué la idea, pero realmente estoy en deuda con quien sea o lo que sea que me la dio (Probablemente mi propia mente brillante. Duh). Y, a partir de ahí, la verdad es que todo fue relativamente fácil. Yo iba escribiendo un poco cada día, se lo enviaba a un par de amigas mías (ellas saben quienes son, y saben que las estaré eternamente agradecida y que son mis personas favoritas del planeta :3), quienes me decían qué les parecía y me daban alguna que otra idea bastante buena. Supongo que actuaban (y siguen actuando) como una especie de editoras en ciernes. 
   Y hasta aquí llega la historia. Cuando me queda probablemente menos de la mitad del libro, y aunque me gusta improvisar el camino del libro, lo tengo casi todo más o menos encauzado. Y aquí es donde explico con detalles el momento en el que hago mi magia. Realmente plasmarlo todo en el papel.

   Creo que el momento en el que más en paz y... quizás feliz de mi vida es cuando, como dije al principio, me pongo mis cascos, la música y empiezo a escribir. Es mezclar mis dos pasiones en un perfecto y único momento: la música y la escritura. 
   La música me aísla, la melodía me estimula, me alegra, me da emociones que pueda canalizar, y las letras me ayudan a expresar exactamente lo que quiero decir, lo que aparece en las imágenes que hay en mi cabeza.
   Y realmente es eso. En mi mente toda la historia es una película, todos los hechos se van realizando ante mis ojos, y lo que tengo que conseguir es plasmarlos correctamente en el papel... o bueno, en la pantalla, en este caso.
   Es impresionante ese vacío que se crea en mis pensamientos, que se centran tan solo en lo que tengo delante de mí, en los sonidos y en las imágenes que pasan por mi cabeza, solo pensando en darles vida y algún sentido a todo, sin ningún otro pensamiento que lo que debería decir, y qué debería pasar a continuación. 
   Mi única meta en ese momento no es terminar con ello, o llegar al punto que quiero apresuradamente para poder pasar al siguiente. Solo trato de expresar las emociones adecuadamente, trato de hacer que, quien sea que vaya a leer mi libro, sea una persona, sean cinco, o sean mil (vaaaale, mis esperanzas no llegan tan alto. Tampoco soy de engañarme a mí misma), que ellos sientan lo mismo que he sentido yo al escribirlo, que sus vidas también dejen de ser lo que son, dejen de tener sus propios problemas, sus propias preocupaciones, y pasen a tener las de los personajes de mi libro, que pasen a comprender las acciones que hacen, lo que piensan, lo que sienten. 
   En ese momento, a mí me pasa lo mismo. Y sé que, si dentro de un tiempo, una vez que haya terminado el libro, vuelvo a leerlo, voy a recordar ese momento de paz interior en el que lo único que me preocupaba era no saber cuál es la palabra exacta que expresa lo que quiero expresar, la cual 'sé que existe y la tengo en la punta de la lengua pero no sale', y que el maldito corrector de Word no reconoce los nombres propios.
   Ese momento en el que yo misma me metía en el universo que había creado, me veía rodeada por lo que estaba escribiendo, como una especie de espectadora, y todos las preocupaciones de mi vida se difuminaban hasta no ser más que una sombra al fondo de mi mente.
   Ese instante en el que, escribiendo una conversación, se me ocurre un chiste bueno o un juego de palabras y me río yo sola como una loca, en el que un personaje tiene una personalidad tan suya que lo que él dice no se parece en nada a lo que yo misma alguna vez diría, pero que él no podría decir de otra manera, porque 'simplemente, él no es así'. 
   Ese minuto en el que estoy haciendo otra cosa,  y de repente se me ocurre una 'idea fabulosa para dentro de tres capítulos', o cuando me doy cuenta de que el nombre de la protagonista no es el adecuado. Y me doy cuenta de eso en el capítulo 12 (True Story). O cualquier otro cambio que hago en capítulos anteriores porque queda mejor, y vuelve a mis amigas locas.
   Ese momento cuando abro el documento un día después de haber escrito algo largo y pienso 'maldita sea, soy buena'. Bueno, sí, algo presuntuoso, pero me da igual. Es mío y estoy orgullosa de ello.
   Esa revelación que me hace darme cuenta de que un personaje secundario que al principio era simplemente un personaje necesario pero sin necesaria importancia ,ha desarrollado, casi por su propia cuenta, una personalidad impresionante y pienso '¿cómo demonios ha pasado esto sin darme cuenta?'. 
   Y sí, sé que se supone que antes de empezar a escribir una historia tienes que tener un esquema completo de todo, incluyendo la personalidad de tus personajes, pero no sé si soy rara o qué, a mí me gusta más escribir cuando improviso. Y creo que por ahora no me ha salido mal. 
   Y, por último, destaco esos momentos, que cuando pasan los odio, pero a la mañana siguiente estoy agradecida. Esos momentos cuando estoy tratando de dormir y de repente una idea se forma en mi cabeza y "maldita sea, es la mejor idea que se me ha ocurrido", y tengo que encender la odiosa lámpara, quemándome la retina en el proceso, coger un lápiz y tratar de escribir en un bloc de notas (ya tengo uno preparado para esos casos) con un ojo cerrado o bizqueando, porque sin gafas no veo una mierda. Y ay de mí si no lo escribo, porque a la mañana siguiente esa idea va a estar desaparecida en los confines de mi subconsciente para nunca salir de nuevo.

   Y bueno, creo que esos son todos los momentos, todas las experiencias que conlleva el estar escribiendo, al menos para mí. Realmente tengo curiosidad por saber si otra gente que escribe siente algo parecido a lo que siento yo o soy más rara que un perro verde. Sé que solamente acabo de empezar, que soy solo un bebé en esto y que me falta mucha, mucha, muuuuuuuucha práctica, pero cuando escribo... bueno, ya he dicho todo lo que me hace sentir. Y algún día me gustaría publicar algo mío y saber que podría hacer feliz a alguien, aunque sea solo durante el rato en el que estén leyendo, y que después se acuerden del libro con cariño, como algo que mereció la pena leer. 

   Y ya está. Espero que si hay alguien por ahí que quiere compartir algo parecido, o decirme cualquier cosa relacionado con este pedazo de parrafal sin sentido, comente. :3





Ya sabéis cómo va esto, ¿no? Canciones random al final. Pues eso xD Hasta otra! :3