lunes, 26 de octubre de 2020

Prompt 19: un buen samaritano

 —Bueno, pues para la semana que viene, ¿qué te parece si nos traes una lista con todos los pensamientos negativos automáticos que te vengan y los analizamos? Y así te podemos enseñar cómo manejarlos para que no te hagan tanto daño.

Carla asiente y sonríe con entusiasmo, a pesar de tener las mejillas mojadas de lágrimas y el maquillaje un poco corrido. 

Lara y yo nos quedamos un rato más después de que ella se haya ido, revisando las notas que tenemos y como proceder en su caso. Carla es una chica joven, estudiante de fisiología, que ha tenido la mala suerte de juntarse con muchos hombres como pareja sentimental que la han dejado con inseguridades y con una autoestima muy baja, aparte de un trastorno de ansiedad que lleva arrastrando varios meses.

No puedo evitar pensar que uno de esos chicos podría haber sido yo. 

Una vez que se ha ido nuestra última paciente de la tarde, Lara se despide de mi y yo me subo al coche, pero sigo dándole vueltas al tema.

Me pregunto vagamente donde estará mi padre, y luego me pregunto si yo estaría en el mismo sitio si hubiera seguido el mismo camino que él mismo me enseñó. 

Apenas llego a casa, me doy prisa en ducharme y cenar para poder irme a dormir temprano. Normalmente me cuesta horrores irme a la cama antes de las doce, pero desde que empecé este curso no soy capaz de aguantar despierto después de las once.

A la mañana siguiente, me arrastro fuera de la cama y me visto. Es un poco complicado manejar las prácticas del máster a la vez que el voluntariado en la fundación, pero uno de mis profesores lo propuso como opción el año pasado, y no pude parar de darle vueltas al asunto hasta que por fin me decidí a apuntarme.

Sé que todo lo estoy haciendo porque me gusta poder ayudar a gente que lo necesita, pero una voz en mi cabeza no para de repetirme día tras día que soy un fraude, que no debería estar allí por lo que hice en el pasado. También sé que no es la mejor manera de lidiar con ello, pero durante toda la mañana me obligo a no pensar en ello porque tengo que concentrarme en los usuarios que necesitan mi ayuda, no en mis propios traumas. 

Al salir, tan solo tengo que cruzar una calle y ya estoy en el restaurante donde había quedado con mi hermana. 

Cloe llega un par de minutos tarde, pero es un logro en comparación a lo que solía tardar antes. Me sonríe y hace el gesto de la paz con los dedos mientras se acerca.

—Hola, hermano, ¿qué tal tus pacientes?

Pongo una mueca. 

—Buenos días, hermana. ¿Por qué la formalidad? Qué grima. 

Ella solo se ríe, y empieza a contarme todas las cosas interesantes que está dando en su grado de microbiología.

Cuando éramos adolescentes, siempre me enfurecía su capacidad de ver el lado bueno de las cosas y reírse por todo. A pesar de todo lo que nos hacía mi padre, de la cantidad de cosas que nos perdimos por su culpa, ella siempre estaba alegre y sonriendo por cualquier cosa —al menos, cuando él no estaba delante.

Muchas veces le grité, le dije que era una inmadura y la insulté por lo que yo creía que era no ver la realidad. Ella nunca me dijo nada, solo se iba llorando y venía al rato para hacerme compañía. A pesar de ser la pequeña, en el fondo siempre ha sido mucho más adulta que yo. 

Por otra parte, eso también fue culpa de él. La obligó a madurar rápido, a hacer las tareas que hacía mamá antes de enfermar. Cloe apenas podía manejar el instituto y todas las tareas que él la imponía. Eso, sin contar que tenía que soportar a dos imbéciles que no paraban de gritar, pelear y romper cosas todo el rato que estaba en casa.

Fue ella la que me hizo ver la verdad, darme cuenta de que si no le ponía freno a aquello iba a terminar siendo como él. De hecho, había estado a punto de hacerle mucho daño a Cloe cuando me miró a los ojos, con la mirada más seria que le había visto en la vida, y me dijo: 

—Álvaro, esto no puede seguir así. Tú no eres así, y él te está transformando. No le dejes que te haga como él. O vas a un psicólogo o te juro que me voy de esta casa y no me vuelves a ver en tu puta vida.  

En cualquier otra ocasión, que ella me dijera eso solo habría servido para cabrearme aún más. En ese momento, algo en el tono de su voz, casi vacío de emoción, consiguió hacer que parara en seco.  Cloe no me lo había dicho enfadada, ni como un ataque. Pude escuchar la sinceridad claramente en su voz, y supe que no era un farol.

No podía perder a mi hermana. A pesar de que la había tratado fatal, ella era lo único bueno que tenía en esa vida de mierda.

Así que le hice caso. Fui a un psicólogo (a pesar de que fue ella quien lo tuvo que buscar porque yo no tenía ni idea), y después de varios meses saliendo de casa en secreto, pude ver lo que estaba pasando. Me dieron herramientas para mejorar, para manejar mucho mejor mis emociones, y para tratar a la gente como se debía. Y, lo mejor, para poder escapar de mi padre.

Desde entonces, decidí que quería ayudar a otros adolescentes que estuvieran pasando por lo mismo. Así que estudié todo lo que pude, a pesar de que tuve que esperar un año para poder entrar en la carrera de psicología porque mis notas habían dado pena, y lo había conseguido.

Cloe se mudó conmigo los primeros meses, justo después de que ella cumpliera los dieciocho. Cortamos contacto con mi padre por completo, nos mudamos a otra ciudad y le bloqueamos en todas partes para que no pudiera alcanzarnos. 

Durante mucho tiempo he estado pensando que no merezco estar donde estoy, ni haber conseguido todas las cosas que he conseguido. Que no debería tratar a gente, porque yo soy peor que lo que les está pasando a ellos en el fondo. 

Esos pensamientos cada día son más débiles, y cada vez les hago menos caso. Hacer esto se hizo mucho más fácil, curiosamente, desde que me di cuenta de que todos esos pensamientos resonaban en mi cabeza con la voz de mi padre. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario