jueves, 11 de diciembre de 2014

Último Aviso (Historia Corta)

Esta historia es, igual que mi última reseña, un trabajo que tuve que hacer para el instituto. En esta ocasión, es la continuación inventada de un texto que ya leímos en clase. El texto en sí trataba de un hombre que, siguiendo las instrucciones de unas supuestas cartas de amor de una muchacha desconocida, se encuentra en medio de un crimen en una posición muy sospechosa.
Yo he tratado de seguir ese pedazo de la historia adaptándome al estilo del Realismo, es decir, poniendo bastantes descripciones muy detalladas, pero creo que no me ha quedado igual que le habría quedado a un autor real de ese periodo, obviamente. Además, debía hacer la historia lo más corta posible (a pesar de que yo cuadrupliqué el número mínimo de palabras necesarias). Pero bueno, yo estoy bastante contenta con el resultado, espero que vosotros también ^^
P.D.: el relato real se llama La Gota de Sangre, escrito por Emilia Pardo Bazán, por si alguien quiere leerlo. Yo he decidido no copiar todo eso aquí y centrarme directamente en mi historia :3
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Alberto se convirtió en detective privado e intentó aclarar los hechos, pero le era imposible porque, desde que empezó y dado que ese era su nuevo trabajo y necesitaba ganar dinero de ello, debía aceptar los casos que sus jefes temporales le encargaban, los cuales consumían casi todo su tiempo. Y, por desgracia, hasta la fecha ninguno de esos casos había tenido que ver con la injusticia que le había ocurrido a él, así que apenas había podido avanzar en su investigación privada.
   Había pasado en la cárcel casi tres semanas, hasta que el juez al fin había decidido que no había suficientes pruebas que le inculparan de asesinato y le había dejado en libertad. Sin embargo, el incidente ya había marcado a Alberto, que estaba más que dispuesto a llegar al final del asunto y llevar al verdadero delincuente hasta la justicia.
   Por ese día ya había terminado el trabajo. Era noche cerrada, y unas espesas nubes negras dejaban caer cortinas de agua contra el agrietado pavimento y las casas y edificios. Alberto encorvó los hombros y se ajustó el sombrero para no mojarse mientras caminaba hacia su casa con paso firme, sus zapatos resonando con un golpeteo húmedo contra el asfalto.
   Cuando llegó finalmente a su casa, la cual había alquilado tras salir de la cárcel para no recibir más cartas sospechosas, o no sospechosas, de ninguna mujer, se sorprendió al encontrar una nota atrapada entre la puerta y el marco de la misma. La sacó de su prisión con un tirón de la mano y leyó el inquietante mensaje de tan solo tres palabras:
   DEJE DE BUSCAR.
   En seguida supo a qué se refería la misteriosa nota y un escalofrío le recorrió la espalda. Se dio cuenta de que la nota apenas tenía un par de gotas que no emborronaban la caligrafía clara y cuadriculada, lo cual indicaba que acababa de ser depositada allí. Giró sobre los talones en busca del culpable, pero toda la longitud de la calle estaba desierta, salvo por un coche azul que circulaba en ese momento por allí.
   Sin perder la calma que había conseguido acumular desde que entrara en la cárcel meses atrás, entró en su casa, cerró la puerta asegurándose de echar la llave, y caminó hacia su cuarto, pasando por el salón bien amueblado pero polvoriento, la cocina desordenada y sucia, con platos en todas las esquinas, y el baño ínfimo, con apenas un plato de ducha, un retrete y un lavabo. Finalmente llegó a su cuarto, amueblado tan solo con una cama deshecha y una mesa llena de papeles, bolígrafos y una lámpara. Se sentó en la cama, dejó la nota encima de la mesa y se preparó para irse a dormir, sabiendo que cada vez estaba más cerca de descubrir lo que había pasado y que de ninguna manera iba a hacer caso a la nota.
   Al día siguiente, dado por terminado el día sin encontrar ninguna pista del caso que le había encargado su jefe de ese momento ni de su caso particular, volvía a casa cabizbajo y pensativo cuando vio algo que le llamó la atención: había aparcado un coche azul que solo recordaba haber visto una vez antes: la noche anterior, justo después de que el verdadero asesino dejara la nota de advertencia en su puerta.
   Con el corazón latiéndole aceleradamente, alzó la mirada y se encontró frente al edificio que tantos problemas le había traído hacía meses. Se le hizo un nudo en la garganta, y supo que tenía que entrar, y que dentro de ese edificio se encontraba la respuesta que él tanto ansiaba.
   Caminó dentro del edificio aparentando una confianza que no sentía, y se acercó a una mesa donde había una pequeña campana, usada para llamar al sereno. Alberto la cogió y la agitó levemente, preparado para preguntarle al sereno sobre el sospechoso coche cuando este se apareciera. Si tenía suerte, no le reconocería de la última vez y no recelaría de sus intenciones.
   Algo en la mesa captó su atención. Había una nota allí, supuso que escrita por el sereno, en la que se leía un breve mensaje informando de que volvería en unos minutos. Frunciendo el ceño, la cogió y la observó de cerca. En la caligrafía había algo, una curvatura en las mayúsculas, que le recordaba a...
   Sacó con impaciencia la nota que había encontrado en su puerta de un bolsillo y la desdobló, comparando ambas letras, y sintió cómo el color desaparecía de su rostro. Con adrenalina fluyéndole frenéticamente por su sistema, se dio la vuelta dispuesto a detener por fin al culpable...
   Y se encontró mirando fijamente al cañón de un revólver.
   Antes siquiera de porder gritar, escuchó un fuerte ruido y vio un estallido. Luego no escuchó ni vio nada más.

El Río de la Tragedia (Historia Corta)

 Antes de nada, aclarar de qué va esto. Hace un tiempo, como trabajo para una clase del instituto nos mandaron hacer una historia con sentido completo, partiendo de solamente 15 frases sin relación alguna, del tiempo "Ha empezado a llover" o "Tengo miedo a los pumas".
   Se suponía que no debería ser demasiado largo, por eso la historia en sí está como sin acabar, como si hubiera cogido un pedazo de un libro. Y algunas de las frases que tuve que poner quedan un poco forzadas, pero bueno, esto es lo mejor que pude hacer.
  Puede que algún día lo transforme en una historia, o un libro con más trama. Sí, ya tengo pensado cómo sería (de hecho lo pensé mientras lo escribía pero ya me pasaba demasiado de las palabras necesarias, así que decidí eliminar todo el contexto y la trama del universo este que he montado), así que puede que algún día termine lo que empecé jajaja.
   Una pequeña sinopsis: Dan y Neal se encuentran en el Inframundo camino del palacio de Hades. Solo hay un problema... el camino no parece ser tan fácil para lo vivos como lo es para los muertos.
   Y ya no digo nada más. Bring it on ^^
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   Dan se despertó poco a poco, disipando con esfuerzo la neblina del sueño. Se incorporó en el duro suelo y miró a su alrededor, encontrando a Neal sentado con la espalda contra la pared de roca, y una pequeña fogata a unos centímetros de sus pies cruzados.
   -Bienvenido al mundo de los muertos -Neal se rió entre dientes de su propia broma-. ¿Qué tal estás?
   -No sé... -respondió Dan, frotándose la frente, que tenía un feo y doloroso chichón-. Me siento como si una manada de búfalos hubiera jugado un partido de hockey con mi cabeza como bola.
   Recordó vagamente la imagen de un grupo de pumas feroces y tremendamente hambrientos persiguiéndoles por los estrechos pasillos de la cueva. Al final habían conseguido escapar derribando una pared de piedra que cortó el paso a los enfadados felinos, pero Dan se había golpeado la cabeza en la escapada y en cuanto estuvieron a salvo, perdió el sentido.
   Qué hacían unos pumas en una cueva a kilómetros de la superficie, nunca podría entenderlo, pero supuso que en el Inframundo las cosas no tenían por qué tener sentido mientras hicieran daño.
   Genial, ahora tengo fobia a los pumas, pensó distraídamente mientras seguía frotándose el bulto en su cabeza con una mueca de dolor.
   -Siento decirte esto, pero no tenemos tiempo para que te recuperes de la resaca. Tenemos que irnos ya si queremos llegar al Palacio de Hades y estar de vuelot a tiempo. Ya sabes, por todo eso de "si en 48 horas no habéis vuelto, no podréis hacerlo nunca" -la voz bromista de Neal había desaparecido, dejando paso a la seriedad característica de él. Irónicamente, Neal tenía el pelo teñido de azul eléctrico, ojos de un extraño color dorado, un piercing metálico en la ceja derecha, y una camiseta negra que rezaba "Quiero ser un koala", por lo que la gente siempre se sorprendía de lo serio y duro que podía llegar a ser. De hecho, Dan sospechaba que Neal conseguía alguna clase de retorcida satisfacción al ver la confusión que él mismo podía llegar a crear.
   Por su parte, Dan se mezclaba bastante más con el entorno. Bueno, salvo por el hecho de que él tenía el pelo castaño claro con reflejos rubios, una ligera barba de tres días y profundos ojos azul verdosos. Era algo más bajo y menos corpulento que Neal, pero ambos eran, al igual que el resto de su raza, increíblemente atractivos, capaces de acaparar la atención de todo el mundo en una sala llena de humanos.
   -Está bien -suspiró Dan-. Pero antes... ¿nos queda comida? O mejor, ¿nos quedan palomitas? Me gustan las palomitas -dijo la frase alegremente y con una sonrisa esperanzada que solo consiguió en respuesta que Neal pusiera los ojos en blanco.
   -Y a mí me gustaban mis zapatillas granates, pero tanto la comida como mis zapatillas terminaron "ligeramente" perjudicadas tras el incidente de ayer -levantó su pie derecho, que tenía una zapatilla, efectivamente, granate, que estaba destrozada por su frenética escapada sobre terreno rocoso e irregular. 
   Al menos no tiene que ir descalzo. pensó Dan. Aún.
  Otra diferencia de ambos era, obviamente, su carácter. Mientras que el de Neal era mucho más seco y, honestamente, tenía muy poco sentido del humor, Dan siempre trataba de hacer bromas en momentos donde muchas personas dirían que no se debía. Pero para Dan todos los momentos tenían derecho a algún punto de humor, aunque fueran funestos. El humor era lo único que le salvaba de volverse un cascarón vacío de un hombre, tras todas las cosas que había tenido que ver y hacer.
   Dan gruñó frustrado en respuesta a la negativa de comida y se levantó lentamente, haciendo caso omiso del quejido de sus músculos. Neal también se levantó, y mientras él apagaba la pequeña fogata del suelo echando un par de puñados de tierra encima, Dan comprobó que llevaba lo que le quedaba de sus pertenencias: una pequeña cantimplora de agua casi vacía y una botella con un brebaje púrpura que había encontrado en una estantería antes de emprender el viaje, cada uno en sus bolsillos asegurados con cremalleras.
   Después, ambos emprendieron camino por un estrecho pasillo de piedra anaranjada que había al final de la cueva donde habían estado.
   Varias duras y cansadas horas de caminar ininterrumpidamente y unos cientos de "Quiero irme a mi casa" y "Tengo sueño" por parte de Dan después, salieron al fin y sin encontrarse con ningún otro obstáculo, salieron al fin del entramado de cuevas, y se encontraron frente a una oscura explanada con un río oscuro y lúgubre surcándola por el medio.
   En lo que se podría considerar el cielo, había una inmensa nube de un morado grisáceo que daba una impresión aún más tétrica al ya de por sí tétrico lugar. La explanada estaba vacía, y lo único que se escuchaba era el sonido de las botas de ambos contra la arena del suelo, golpeando lenta pero rítmicamente. Cuando estaban a medio camino del río, empezaron a caer gotitas de la inmensa nube amoratada.
   -¿Ha empezado a llover? ¿En este sitio? -pregutó Dan extrañado, alzando la mano y viendo una gota caer en su palma.
   Esta empezó a arder al contacto con su piel, y Dan agitó la mano frenéticamente con un grito de sorpresa hasta que dejó de sentir ese agudo dolor.
   -Lluvia de fuego -exclamó Neal, con los ojos muy abiertos y con un tono que decía "¿cómo no vimos esto venir?"- ¡Vamos! Tenemos que cruzar el río -empezó a correr hacia la orilla-. La nube desaparece al otro lado.
   Efectivamente, la nube desaparecía del cielo como si se chocara contra un muro en el  lugar exacto dende la orilla contraria del río empezaba, y el cielo se volvía de un monótono pero seguro gris claro.
   -¡¿Pero qué dices?! No tenemos monedas para pagar a Caronte, y, oh, ¡también está el pequeño detalle de que él ni siquiera está aquí!
   Neal se paró en seco y miró hacia atrás, apuñalándole con sus inquietantes ojos.
   -No tenemos tiempo de esperar al barquero. Tendremos que cruzar por nuestros propios medios. Es decir, nadando -aclaró como si Dan fuera tan tonto que no hubiera podido comprenderlo sin aclaración.
   -Oh, sí, por suspuesto -replicó Dan, con tono sarcástico, mientras un par de gotas le caían en la cabeza y la cara, causándole un terrible dolor-. ¿Te he mencionado lo mucho que me encanta la natación? Y mucho más si es en el mítico río Aquerón, por donde tienen que pasar o caer las almas de los muertos. Donde si te caes, se dice que nunca podrás volver a salir. Me inspira mucha confianza.
   Neal gruñó una obscenidad y señaló al río, y Dan pudo ver algunas columnas de fino humo ascender de donde las cada vez más frecuentes gotas tocaban la piel. Sin embargo, Neal ni siquiera cambió su expresión de enfado. 
   -¡Mira ahí! Hay patos. Y tienen toda la pinta de estar vivitos y coleando, ¿no te parece? No todos los mitos son ciertos, Dan. Tú más que nadie deberías saberlo.
   -¿Los patos son tu prueba irrefutable de que si caemos podremos volver a salir? ¡Los patos no son de fiar, y mucho menos si viven en el Inframundo! ¡Nada que viva en el Inframundo es de fiar, para el caso!
   -Es esto o morir abrasados por la lluvia, Dan. Cada vez caerá más fuerte hasta que te conviertas en la jodida antorcha humana, y no sé tú, pero yo eso prefiero dejárselo al de Los 4 Fantásticos -sin decir otra palabra se giró y empezó a correr hacia la orilla del río.
   Dan lo meditó durante medio segundo antes de que una gran gota de agua le cayera en el hombro y le quemara la camiseta, y después la piel y casi el músculo. No pudo soportarlo más, y siguió a su compañero, corriendo como nunca lo había hecho antes, con la cabeza gacha para tratar de protegerse la cara de las abrasiones.
   -¡Me siento muy disconforme con esta decisión! -gritó Dan completamente indignado, pero sabiendo que no había otra posible salida. Pero, tal y como acababa de hacer Neal, llegó hasta la orilla del caudaloso río, cerró fuertemente los ojos...
   Y saltó.