lunes, 9 de noviembre de 2020

Prompt 22: Un personaje que aprende a nadar

«Bueno, al menos el agua está calentita»

Eso fue lo único que me consolaba un poco esa noche.

Ahí estaba yo, con mi bañador azul oscuro nuevo, las manos en las caderas, mirando la enorme expansión de agua que se expandía a mi alrededor.

Eran las once de la noche de un viernes, y en lugar de salir con mis amigos, me había colado en la piscina climatizada municipal a aprender a nadar por mí mismo. Con diecisiete añazos. Y, en media hora, tan solo me había atrevido a bajar el primer maldito escalón de la piscina olímpica.

A ver, no es que no supiera nada. Bueno, más bien, no es que no supiera sobrevivir. Si alguien me empujara al agua en el punto más profundo de esta piscina sería capaz de volver a la superficie y salir. Un poco como un gato asustado, pero vivo, por lo menos.

El problema era que a mí lo de nadar nunca me había llamado mucho la atención. No era algo que me fascinara, ni me lo pasaba genial yendo a la piscina en verano. Normalmente, lo único que hacía era básicamente tomar el sol y presumir de abdominales.

Pero eso era hasta que llegó Mario.

Ay, Mario… con su pelo larguito y sus ojos de chulo. Y con esos pedazo de hombros.

No había parado de presumir de que era nadador en un equipo federado desde que se cambió a nuestro instituto a principios de curso. De alguna manera, había convencido a todos mis amigos de ir mañana a la piscina con él a pasar el día. Y a mí me había estado chinchando, diciendo que tenía ganas de ganarme en una carrera.

—Pero cómo me vas a ganar en una carrera, marica, si en cuanto me meto al agua empiezo a chillar y patalear como un pug herido… —musité, pasándome una mano mojada por el pelo— Bueno, venga, ya está.

Me dije eso para animarme a meterme de una vez al agua, pero no me sirvió, por supuesto. Lo único que conseguí fue bajar otro tímido escalón y ahogar un chillidito cuando el agua me puso la piel de gallina.

—Las cosas que hago por amor…

Finalmente, después de otros agónicos quince minutos, fui capaz de meterme por completo en el agua.

La primera vez, tardé cinco minutos en atreverme a separar las dos manos a la vez del bordillo.

«Vale, genial, Jaime. Ahora solo respira… respira… genial… ¡no, pero debajo del agua no! »

Saqué la cabeza de golpe, y mis brazos corrieron a agarrar el bordillo. Ridículo, eso es lo que era. Escupí el agua, y pensé en lo poco atractivo que era hacer eso. Así que no lo podía repetir mañana.

Poco a poco, me fui soltando y empecé a nadar (más o menos) siguiendo la línea del bordillo. No me estaba molestando en intentar dar brazadas y esas cosas de experto, pero por lo menos ya no pataleaba como un animal moribundo y tenía cara de estreñido.

Después de un rato, incluso conseguí hacer un largo entero sin tener que agarrarme al bordillo. ¿Qué si terminé extremadamente cansado a pesar de que había ido muy lento? Pues sí. Pero no me había agarrado, que era lo importante.

Llegó un punto en el que empecé a pillarle el truco. Incluso me lo estaba pasando más o menos bien, y me atreví a intentar bucear un poco al final del largo.

Quizás si no hubiera hecho eso hubiera podido ver a tiempo la linterna que se dirigía hacia mí.

Pero no. Cuando quise sacar la cabeza al llegar al bordillo, una luz me golpeó en la cara.

Solté un grito y agradecí estar agarrado.

—¿Quién anda ahí? ¿Quién eres? —tronó la voz de un hombre mayor.

—¡Por favor, no me mates! ¡Te juro que no diré nada!

La luz dejó de apuntarme la cara, y me atreví a abrir los ojos. Era un hombre de unos cuarenta años, calvo y con una gran barba. Ah, sí, y un uniforme de guarda, acompañado de una porra y la dichosa linterna.

Fantástico. Mi madre me iba a asesinar. Encontrarían mi cuerpo magullado en un callejón, y el juez le daría la razón a mi madre. ¿Cómo no iba a hacer eso, si su hijo era irremediablemente estúpido?

Escuché un suspiro profundo cuando el señor me vio metido en la piscina, con el pelo en la cara.

—¿Cuántos años tienes?

—Diecisiete —respondí, con la boca pequeña.

Me pareció ver que ponía los ojos en blanco.

—Claro que sí. Y, casualmente, te has dejado el DNI en casa, ¿a que sí?

Parpadeé confuso.

—No, está en mi cartera —señalé mi ropa, que había dejado en un montón al lado de la pared.

Eso pareció sorprenderle.

—¿Te has colado en la piscina a hacerte unos largos, eh? Parecía buena idea en tu cabeza, ¿supongo? ¿Qué podría salir mal?

Empecé a temblar, confuso y más que un poco asustado. Tampoco sabía qué responderle a eso, porque era justo lo que había pasado.

—¿Puedo salir? —me atreví a preguntar.

—Claro, hombre. Y ya si tienes el teléfono a mano me vendría de perlas, porque vamos a hacerle una llamadita a tus padres.

«Adiós, Mario. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, te amaré siempre. Por favor, recuérdame como un tío guay, y no como el chaval al que pillaron colándose en una piscina, aprendiendo a nadar para impresionarte»

sábado, 7 de noviembre de 2020

Prompt 21: un personaje cambia de identidad y añora su antigua vida

 Al llegar a mi piso saludé a Lucía, que estaba saliendo de su casa en ese mismo momento. Ella me sonrió y saludó de vuelta con la mano, diciendo una disculpa rápida porque se tenía que meter corriendo al ascensor para no perderlo.

Lucía era una buena mujer, de unos cuarenta años. Estaba casada y tenía dos hijos. A veces, íbamos a tomar un café y hablábamos de nuestras cosas. A ella le venía muy bien porque así podía despejarse después de toda la semana entre el trabajo y los niños.

A mí me venía muy bien porque era de las pocas amigas que había podido hacerme desde que me mudé.

Le había dicho que me llamaba Marta, aunque mi verdadero nombre es Ana. Pero ella no puede saber eso, por razones de seguridad. Mi seguridad. Si alguien de mi antigua vida me descubría, estaría muerta.

Me hice una cena rápida y me puse a ver una de mis películas favoritas después. Era San Valentín y no tenía ningún plan. Patético, ya lo sé. Pero bueno, crear una nueva vida tomaba un tiempo, y no me estaba presionando mucho.

Sin embargo, no pude evitar recordar lo que había estado haciendo el año pasado en esta fecha.

Isra me había traído un libro para que me lo leyera.

—Tiene algunas anotaciones mías, de mis partes favoritas —me dijo, con esa sonrisa tan bonita en la boca.

A mí no me gustaba mucho cuando la gente manchaba los libros, pero lo acepté igualmente y le di un fuerte abrazo.

Después, le llevé a uno de nuestros restaurantes preferidos, y nos pedimos una pizza para compartir. Al terminarla, él me cogió la mano y me miró con calidez en esos bonitos y brillantes ojos suyos.

—Ya sabes que para mí esta fecha no significa demasiado… Pero este año no puedo parar de pensar la suerte que tengo de tenerte a mi lado.

Podía escuchar perfectamente su voz en mi cabeza, como si apenas hubieran pasado unas horas desde que le vi. Qué tonta fui. Me creí a pies juntillas que lo que me había dicho era verdad, eso y todas las otras veces que me engañó, jugándomela como a una estúpida, y finalmente haciendo que tuviera que dejar atrás toda mi vida.

Al principio todo iba bien. Él me hacía sentir como una reina, me venía a ver cada vez que tenía un rato libre, hablábamos de todo, me hacía reír… y, bueno, del sexo ni hablamos, pero la verdad es que yo era consciente de que me iba a costar encontrar a alguien que lo hiciera como él.

Fue después del primer año cuando las cosas empezaron a ir a peor. Mis amigas me iban avisando de que había algo raro en él, de que no me fiara.

—Tía, el otro día subió una foto con su amiga Paula, y es que estaban como muy juntitos. No sé, es que según lo que me cuentas, de que desaparece por ahí sin más y no te avisa, y luego todas las veces que queda con ella… Que ya sabes que ella ya ha estado más veces con gente con pareja, no me fío mucho —me dijo un día mi amiga Gabriela.

—No seas tonta, tía —le respondí yo, cabreada—. Él nunca me haría eso. De verdad, que lo he hablado mucho con él, el tema de los cuernos, y estamos los dos súper en contra. Además, que siempre me trata genial y se nota que me quiere, él nunca me haría eso.

Tonta de mí.

No solo sí que estaba poniéndome los cuernos con esa chica, sino que su comportamiento hacia mí empezó a agriarse y a distanciarse, como una flor moribunda.

Y yo intenté ir tras él, de verdad que lo intenté. Incluso cuando estaba casi segura de que me estaba engañando yo seguí aferrándome a él como si fuera mi ancla. Era toda mi vida, mi niño, mi cielo, el padre de mis futuros hijos. Él lo era todo.

Empezó a ignorarme cada vez más, a llamarme loca cada vez que yo le decía mis preocupaciones y mis sospechas, exagerada cada vez que me quejaba por algo que él había hecho.

—¿Pero cómo voy a hacer yo eso? ¿Te estás escuchando? No me puedo creer que pienses eso de mí —me dijo, el último día que le vi.

Estaba realmente ofendido, tanto que hasta me hizo sentirme un poco culpable por las cosas que estaba sintiendo y pensando.

Se fue al baño, y la cagué. Sí, fui esa novia tóxica que le coge el móvil a su novio. Lo que vi en su galería no dejaba lugar a dudas: no solo me estaba engañando, sino que llevaba muchos meses haciéndolo mientras me llamaba loca por dudar.

Después, todo se fue a la mierda.

Fueron semanas muy duras, las peores de mi vida. Tuve ansiedad, no podía dormir, y siempre iba mirando por encima del hombro, con miedo cada vez que salía de casa o que alguien llamaba a la puerta.

Hasta que conseguí escapar y dejarlo todo atrás. Lo tuve que hacer sola, porque por su culpa dejé de lado a todas mis amigas y a mi familia. Ahora nadie sabe dónde estoy ni qué me ha pasado, y eso no puede cambiar si quiero seguir construyendo mi nueva vida en paz.

Sin embargo, viendo esa dichosa peli, no puedo dejar de recordar los buenos tiempos que pasamos juntos. La calidez en mi pecho cada vez que le veía, cada vez que le abrazaba y que le tenía al lado. Cada vez que dormíamos juntos y me abrazaba en sueños, o me besaba la cabeza cuando creía que yo estaba dormida.

Le echaba de menos.

Le echaba mucho de menos, a pesar de que sabía que las cosas no podían seguir así, que algo tenía que cambiar.

A veces, le echaba tanto de menos que desearía no haberle matado aquella noche.

Prompt 20: una lucha con unos bō

Todo el mundo le había dicho que el instituto sería más difícil que el colegio, pero no se lo había creído hasta que se dio cuenta de la cantidad de trabajos que tendría que hacer en casa. 

Toda esa semana se la había pasado encerrado en su cuarto, con la cabeza enterrada entre cuadernos, el portátil con la Wikipedia abierta y unas cartulinas de colores. Tenía dos trabajos para la semana que viene, y los acababa de empezar esa tarde. 

Estaba desesperadamente buscando una excusa (la que fuera) para poder dejar de trabajar, y fue justo entonces cuando su amigo Lucas llamó al portero de su puerta. 

—Javi, Lucas está abajo esperándote. Dice que habíais quedado para dar una vuelta —su madre asomó la cabeza por su puerta, con el ceño fruncido. Miró lo que hacía, tratando de descifrar si su hijo de verdad había estado trabajando o distraído en internet. 

Antes de que a ella le diera tiempo a decidir, Javi cerró el portátil de golpe y se levantó de un salto.

—ay si! Me había olvidado de decírtelo, íbamos a ir a dar una vuelta y ver una nueva tienda de videojuegos que hay por donde la plaza vieja. 

Era mentira, por supuesto. No recordaba haber siquiera hablado de quedar con Lucas, pero tampoco era tonto. La ocasión se había presentado, y el la iba a aprovechar. 

A su madre no le hizo mucha gracia, pero aún así le dejo salir hasta las 9. Eso eran casi tres horas de poder liarla con su mejor amigo, perfecto.

Lucas le estaba esperando en el portal con una sonrisa malvada en la cara y las manos tras la espalda. Pudo ver que tenía una bolsa de plástico grande agarrada.

—Hola, tío —Lucas liberó una mano y los dos se saludaron con esa especie de apretón-abrazo tan común en los adolescentes. 

—Hola. ¿Qué haces aquí? ¿Qué tienes ahí? 

Su pregunta solo hizo que la sonrisa de Lucas aumentara. 

—Ya lo verás. ¿Te apetece liarla un poco?

A Javi siempre le apetecía liarla un poco. Era su hobbie favorito, siempre que el lío no incluyera el riesgo de que su madre se enterara. Así que se fio de su amigo y le siguió. Los dos caminaron tranquilamente entre los vecinos, y se sentaron en un banco de un parque a comer pipas hasta que empezó a anochecer y las calles empezaron a vaciarse un poco. Aún quedaba una hora para que Javi tuviera que estar en casa. 

Lucas miró al cielo pensativo.

—Bueno, yo creo que ya. 

Javi se rio.

—¿Ya te vas? —se burló. 

El otro le sacó el dedo medio.

—¿Qué coño dices, subnormal? Que ya podemos hacer lo que tenía planeado.

—¿El qué? —mientras hacía la pregunta, Lucas ya estaba hurgando en su bolsa de plástico. 

De ella, sacó una caja de cartón con un dibujo con letras verdes fosforescentes que Javi pudo reconocer de inmediato por los vídeos de miedo que ambos llevaban viendo un par de meses. 

—¿Has comprado una oui-? —le salió un gallo. Frunció el ceño y carraspeó—. Joder. ¿Una ouija?

El otro asintió con mucho entusiasmo.

—Sí, tío. Nos podemos colar en el edificio donde kárate, y grabarlo. Podemos usar tu móvil como luz y el mío para grabar, que tiene mejor cámara.

Javi dudó. Por una parte, le daba un poco de miedo hacer eso, a pesar de que él no creía en los espíritus y sabía que era una tontería. Pero, por otra, le causó un tipo de emoción extraña el pensar en hacer eso.

Al final, Lucas tan solo tuvo que insistirle una vez más para que no pudiera resistirse. 

El edificio donde los niños habían hecho karate hacía dos años había cerrado unos meses atrás. No solo se enseñaba karate, sino muchas más artes marciales. Los dos se pusieron muy tristes cuando su profesor se lo contó, pero luego se emocionaron al darse cuenta de que era un sitio donde podrían colarse fácilmente, y que además se conocían casi todo el interior. 

Cuando por fin entraron por la puerta de atrás, tras saltarse una pequeña valla y cruzar un jardín descuidado, ya era noche casi cerrada. Aún había un resquicio de luz, así que Juan se convenció de que no podía pasar nada malo.

Por inercia, los dos chicos subieron directamente a la que había sido su clase. Estaba prácticamente vacía, con una colchoneta rajada al fondo, un corcho caído en una pared y un armario cerrado. Lo que no se esperaban ver era las botellas de alcohol tiradas por el suelo y los grafitis de nombres feísimos que ya decoraban las paredes.

—Vaya colgaos —musitó Juan, dándole una patada a una botella de vodka. Esta rodó en silencio hasta pararse a unos metros. 

—¿Aquí? —susurró Lucas, mirando con nerviosismo a su alrededor. A pesar de que había sido su idea, ahora ya no se le veía tan convencido.

La luz de una farola entraba por una ventana enorme, y podían escuchar las risas de la gente que estaba en un bar de la calle de al lado. El cerebro de Javi le dijo que estaba completamente a salvo, así que asintió y se sentó en el suelo con las piernas cruzadas.

—Saca tu móvil —le instó Lucas, después de sentarse y sacar la caja de la bolsa.

—Yo creo que hay suficiente luz —replicó él, mirando a su alrededor, viendo todo casi perfectamente.

Lucas le miró escéptico, pero no dijo nada. Claro, si pedía una luz querría decir que estaba asustado, y ninguno de los dos admitiría eso. 

—Vale —su amigo carraspeó, sacando la tabla de la caja junto con el pequeño puntero—, ¿cómo hacemos esto?

Javi no podía dejar de mirar las horrorosas letras verdes forforito que emitían un ridículo brillo. 

Cogió distraídamente el puntero (cuyo borde también brillaba, por cierto), y lo dejó sobre la tabla. 

—Pues decimos hola, esperamos a que alguien nos responda, le preguntamos cosas y cuando queramos irnos tenemos que decir adiós —señaló la palabra “adiós” en la tabla. 

Eso era lo que les habían explicado en todos los videos de Youtube que habían visto al respecto, al menos. 

Los dos se pusieron a ello, con dedos algo temblorosos. 

—¿Quieres hablar tú? —preguntó Javi. 

Lucas no le miró, pero se retorció en su sitio.

—Me da igual, hazlo tú si quieres.

Hinchando un poco el pecho, así lo hizo.

—¿Hola? ¿Hay alguien aquí?

Nada se movió. Un coche pasó rápido por la calle de fuera de la ventana y Lucas apartó el dedo, asustado. 

—¡Lucas! —le regañó en un susurro— ¡No puedes romper el contacto!

—Ya, ya, perdón. Es que me sobresaltó el puto coche. 

Se volvieron a poner en posición. 

Javi volvió a preguntar. 

—¿Hola? ¿Hay alguien o algo aquí que quiera hablar con nosotros? 

Nada. 

Siguieron intentándolo durante unos minutos, hasta que Javi se empezó a aburrir. Estaba claro que eso no funcionaba porque era una tabla cutre, o que no había nadie allí. Después de todo, eso había sido una escuela, nadie se había muerto allí. No había ninguna razón para que hubiera un espíritu.

Antes de decir que se fueran, decidió gastarle una broma a su amigo. 

—Si hay alguien aquí, por favor, di algo.

Esperó unos segundos prudenciales, pretendiendo estar muy concentrado, y luego empezó a mover el dedo sobre la plica. Escuchó a Lucas ahogar un jadeo asustado mientras, muy despacio, la llevaba a “SÍ”. 

Javi pretendió estar asustado mientras ahogaba una risa. 

—¿Quién eres? 

Empezó a mover de nuevo la plica hacia una letra aleatoria, cuando los dos se frenaron al escuchar un movimiento justo encima de ellos.

Todas las ganas de reírse se disiparon. Se le atascó la respiración en la garganta y sintió que le invadía un calor extraño por todo su cuerpo. Ni siquiera se dio cuenta de que se había levantado hasta que Lucas le imitó. 

—Tío, ¿qué coño ha sido eso? 

Estaba a punto de decirle que era una coña, que era él quien había movido la plica, cuando el sonido se repitió. 

Pasos. Eran pasos rápidos, furiosos, que bajaban las escaleras del segundo piso y se acercaban a ellos.

Sin pensarlo, corrió hacia un armario y lo abrió de un tirón. Dentro, había palos más altos que él, con inscripciones que no entendía. Cogió dos y le tiró uno a su amigo. A él se le cayó, rebotando en el suelo. 

Se hizo el silencio más absoluto. Lucas le miró con horror escrito en sus ojos. Ni se agachó a recogerlo. Javi estaba seguro de que estaba paralizado.

Entonces los pasos volvieron a sonar, y él cogió el palo como si fuera una especie de bate y se colocó frente a su amigo, dispuesto a protegerle. 

Una sombra bajó corriendo por las escaleras. Javi estaba seguro de que era culpa suya. No debería haber bromeado con la ouija, no debería haber hecho trampa, y ahora había cabreado a un espíritu y les iban a matar y su madre se iba a enfadar porque no iba a llegar a tiempo a cenar. 

Se le pasaron muchas cosas por la cabeza en el segundo que la figura tardó en bajar. Hasta que éste no estaba a un par de metros no se dio cuenta de que no era un fantasma, sino un hombre. Medía metro sesenta, flacucho, y podría tener cualquier edad entre los veinte y los sesenta. Llevaba unos vaqueros raídos y una camisa gris manchada en las axilas. 

Les estaba mirando con enfado en los ojos amarillentos, y tenía una navaja grande abierta en la mano. 

—¿Qué cojones hacéis aquí? —siseó el hombre, meneando la navaja en su mano. 

Javi sintió que le temblaban las manos, y apretó su agarre para no tirar el palo.

—No queremos problemas, tío. 

El otro soltó una risa nerviosa y, de alguna manera, agresiva.

—Entonces no deberíais haber venido aquí. 

El tipo hizo amago de dar un paso hacia él. Javi movió su arma con todas sus fuerzas, esperando darle y que no les hiciera nada. Sin embargo, el movimiento se paró a medio camino con un estruendo cuando la larga vara golpeó contra el marco de la puerta. 

Mierda.

Los dos se quedaron parados, mirándose, y una sonrisa lenta se abrió paso en la cara del otro. 

Javi estaba segundo de que estaba a punto de volver a atacar y él no podría hacer nada, cuando ambos escucharon un grito. 

Javi se giró justo a tiempo para ver a Lucas corriendo hacia él, con lágrimas en los ojos y el palo por delante, como si fuera un saltador de pértiga. Se apartó justo a tiempo para ver a su amigo pasar y golpear a otro en el pecho, haciendo que se tropezara y cayera hacia atrás con un grito sobre las escaleras por las que acababa de bajar.

Su cerebro alcanzó por fin a entender lo que acababa de pasar. Tiró su vara al suelo y corrió hacia Lucas, que volvía a estar quieto en medio. Le cogió del brazo. 

—Vamos —tiró un poco de él—. ¡Vamos! 

Eso pareció despertarle. Ambos echaron a correr escaleras abajo, salieron por el jardín, saltaron la verja y siguieron corriendo durante lo que les parecieron horas, pero en realidad apenas fueron unos minutos. Cuando pararon, estaban en casi la otra punta de su pequeña ciudad, al lado de la casa de Lucas. 

La ouija se les quedó olvidada, pero ninguno la mencionó. Ambos entendían que no iban a volver a hacer algo así. Puede que no hubiera espíritus malvados acechando, pero lo que sí era muy real eran los humanos, y esos podrían hacer aún más daño.