jueves, 2 de abril de 2020

Prompt 8: Arco Emocional de Edipo

Nuevas rutinas
Miré a la televisión con los ojos desenfocados, masticando los cereales rellenos de cacao mecánicamente, una cucharada tras otra, sin parar. En la televisión, un veterinario estaba intentando calmar a un perro pequeño que se había roto una pata.
Miré mi reloj. Aún me quedaban veinte minutos para arreglarme. Tiempo de sobra.
Terminé la leche, dejé la taza en el fregadero y me fui a terminar de arreglarme.
Ese día me había propuesto llegar a tiempo a clase. Ya, ya sé que es lo más normal, lo esperable de cualquier estudiante universitario, blablabla. Pero por alguna razón ese curso se me estaba haciendo una tarea imposible. Además, ya había faltado varias veces a prácticas en las que la asistencia era importante, y una de las profesoras ya me había avisado de que si volvía a faltar sin justificación, perdería el treinta por ciento de mi nota.
Así que me había puesto el despertador (los tres) quince minutos antes de lo habitual, había conseguido no quedarme media hora en la cama, y si todo iba bien iba a salir de casa casi veinte minutos antes de lo normal.
De hecho, emocionada al ver una motivación inusitada para mí, pensé que quizás ese era un nuevo comienzo. Tras esto, conseguiría adquirir alguna disciplina, ser puntual, y quizás hasta aumentar mi media.
Es lo que iba pensando mientras bajaba las escaleras y caminaba los cinco minutos que tenía hasta la parada del autobús. Además, no había sido tan duro, ¿no? Simplemente había tenido que perder quince minutos de sueño (qué más da eso) y no enrollarme a mirar Twitter e Instagram antes de levantarme de la cama. Ya podría mirarlos en el autobús.
Empecé a ponerme nerviosa según el tiempo pasaba y éste no llegaba. Solía tardar pocos minutos a esas horas de la mañana, pero ahora llevaba ya más de cinco esperando y no había ni rastro del gran vehículo verde.
Solté un suspiro cuando justo le vi entrar por el principio de la calle, como si le hubiera invocado.
Miré la hora. Iba bien.
Cuando me senté en mi sitio preferido (al final del todo, a la derecha), miré por la ventana con una sonrisa de autosuficiencia. Así que sí era capaz de ser responsable después de todo, ¿eh? Solo tenía que... trabajar un poco bajo presión.
Saqué mis cascos y el móvil y me puse mi playlist mientras cotilleaba las nuevas noticias y fotos de mis conocidos en las redes. Me empezó a entrar un poco de sueño después de un rato, y decidí cerrar los ojos, apoyando la cabeza contra el reposacabezas. Total, en poco rato pararía el autobús, no me daría tiempo a dormirme.

Un badén me hizo abrir los ojos. Debí jadear en alto a la vez que abrazaba mi mochila, porque la mujer que tenía a mi izquierda me miró de refilón un poco raro.
Miré a mi alrededor. Apenas llevábamos tres cuartos del recorrido. ¿Qué hora era? ¿Cómo me había quedado así de dormida en apenas quince minutos?
Miré al reloj. Las diez menos cuarto.
No, no, no. No podía ser así de tarde. La clase empezaba a y diez, y aún tenía que coger otro autobús que tardaba otros veinte minutos antes de llegar a la universidad. Miré a la fila de coches que se extendía delante de nosotros.
Atasco. Un maldito atasco. Justo el único día que me había levantado pronto. El día que había decidido poner de mi parte y la vida me hacía esto. No me lo podía creer.
Si es que al final no sirve para nada intentarlo.
Respiré profundamente cuando me vino ese pensamiento a la cabeza. A ver, tampoco me iba a poner así de dramática. Si todo iba bien, llegaría, aunque muy, muy justa. Y sino, aunque llegara cinco o diez minutos tarde, dudaba de que la profesora me fuera a quitar las prácticas. Solían pasar lista al final.
Así que cambié de canción y me puse una más alegre que el Impossible de James Arthur que había estado sonando y me acomodé de nuevo en el asiento. Solo me quedaba esperar.

Cuando llegamos a la parada siete minutos y medio después, fui la segunda en salir pitando del autobús. Y solo porque había una señora que ya había estado ahí de pie cuando yo me levanté.
Corrí entre las mareas de gente que solía haber en el intercambiador a esas horas, con cafés en la mano y cara mustia, y traté de no caerme de bruces mientras subía las escaleras de dos en dos. Ah, sí, las escaleras mecánicas estaban estropeadas, por cierto.
Llegué a la superficie en un sprint. Por supuesto, el semáforo estaba en rojo, con un pequeño grupo de gente esperando también.
Me quedé parada, aunque no paraba de mover los pies en anticipación. Miré el reloj dos veces, y tuve que mirarlo una tercera porque no me salieron bien las cuentas. Además, estaba mirando compulsivamente el dichoso semáforo en rojo y el autobús que tenía sus puertas abiertas y estaba absorbiendo a la gente de la fila como una aspiradora gigante.
Si perdía ese, tendría que esperar otros cinco o diez minutos. Y ya iba unos cinco minutos tarde.
El semáforo cambió a ámbar y los coches se empezaron a parar poco a poco. Seguía en rojo para los peatones, pero yo empecé a cruzar igualmente. Cuando llegué a la puerta del autobús, ésta tuvo que abrir de nuevo la puerta porque acababa de cerrarla cuando había llegado corriendo, con cara de loca y los ojos muy abiertos del susto.
Gracias al cielo por los conductores amables.
Me senté, de nuevo en mi sitio, y sentí las pulsaciones aceleradas golpeando en mi cuello. Lo había conseguido. Había llegado.
El autobús arrancó y miré de nuevo el reloj: las diez menos dos minutos. Seguramente llegaría un poco tarde, pero nada raro. Además, esta vez podría decir que había tráfico, y sería verdad.
Eché un vistazo a la gente del autobús, esperando ver a alguien de mi clase por allí. Siempre era mejor llegar con alguien cuando se entraba tarde, quedabas menos mal y tenías a alguien para apoyar tu teoría del atasco. Pero en ese momento no había nadie que reconociera, así que tendría que hacer el camino de la vergüenza hasta mi sitio sola, con la cabeza gacha y los dedos cruzados.
Bueno, al menos iba a entrar a clase.
Sonreí un poquito, casi de forma sarcástica. Pocas veces se me había hecho tan largo el dichoso camino. Solo esperaba que los próximos días se hiciera más fácil, o que me acostumbrara rápido a esta nueva rutina. Al menos los lunes y los miércoles, que tenía prácticas de esta clase.
Desbloqueé el móvil y bajé los casi cincuenta mensajes que habían mandado desde ayer a las diez de la noche. No sabía qué habían dicho, pero ya lo miraría después.
―¿Alguien más va a llegar tarde a primera? Jaja
Dos de mis compañeras respondieron en seguida con stickers de un dibujo riéndose. Sonreí.
Luego, una de mis mejores amigas de clase me habló por privado, reenviándome mi propio mensaje.
Tía, la profe estaba súper mosqueada. Creo que te va a quitar la parte de prácticas de verdad. 
Fruncí el ceño.
―Pero si solo voy a llegar diez minutos tarde, no creo que me lo cuente como falta. 
Vi que mi amiga empezó a escribir. Luego, lo borró. Volvió a escribir, y yo empecé a ponerme nerviosa. Al fin me llegó el mensaje:
―... la clase era a las nueve. 


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