martes, 7 de abril de 2020

Prompt 11: Relato distópico

El maldito umbral
Humanos, ha llegado el momento.
La voz, firme y profunda, sonó a través del aire por todo el mundo. No era ni de hombre ni de mujer. No era un sonido reconocible. Hasta ese día, había mucha gente que pensaba que ni siquiera fue un sonido propiamente dicho. Nadie sabía qué idioma estaba hablando, pero todos lo entendieron a la perfección de alguna manera.
Todos los animales callaron, como llamados a la calma por la voz desconocida.
Y toda la actividad humana cesó en ese momento. No hubo choques de coches, no hubo accidentes. Todos siguieron haciendo exactamente lo mismo que habían estado haciendo antes, pero en piloto automático. Su consciencia había sido llamada por la voz.
Hasta hoy, Vishnu os había vigilado con cariño. Os ha guiado, os ha intentado enseñar, y ha plantado las semillas que una civilización necesita para crecer todo lo posible. También ha dejado en vuestras propias manos la decisión de cuidar y hacer crecer esas semillas o no. 
Pero, como a todas las civilizaciones, ha llegado el momento de cruzar el Umbral. Desde hace poco os hemos ido preparando, dado avisos para que os reorganicéis, os hemos dado toda la ayuda que hemos podido. 
Hoy, por fin, Vishnu se retira para dejar paso a Shiva. Serán meses duros, quizás años. Igual que Vishnu plantó las semillas para vuestro crecimiento, Shiva ha plantado la de vuestra destrucción. Y, al igual que entonces, ahora es vuestra decisión seguir regando, o cesar hasta que la tormenta amaine.
Puede que no consigáis salir de esta. Ha pasado muchas veces antes, con muchas civilizaciones incluso más preparadas que vosotros.
Pero también puede que salgáis a delante, de alguna manera, como especie. Que paséis el Umbral que os ha sido marcado, y consigáis perdurar en este universo durante otro ciclo. Al igual que muchos más preparados que vosotros perecieron, hay otras tantas civilizaciones inferiores que lo consiguieron, y que lo conseguirán.
La decisión es vuestra. El desenlace, también. 



Mario encendió la televisión y en seguida la volvió a apagar. Ya habían pasado dos años desde el anuncio de Brahma; uno y medio desde que pensaron que se había estabilizado la pandemia; y algo más de un año desde que ellos empezaron a salir a la luz.
Tan solo un diez por ciento de la población mundial había sobrevivido a ese primer año. Los que sobrevivieron pero se habían infectado habían cambiado. Y algunos de los que creían muertos, habían resultado no estarlo tanto.
Habían sido unos años interesantes.
Su hermana pequeña, Mónica, entró en el salón con una de sus tazas de té. Se acababa de duchar y tenía el pelo húmedo. Se sentó en el sofá sin decir nada. Solía ser muy habladora, pero ahora se lo guardaba todo para sí misma. Aunque lo mismo había pasado con él. Ahora, se comunicaban de una forma diferente. Más pausada. Más pesada.
Sonó la puerta de la casa y ambos se tensaron y la miraron de golpe.
Por allí entró Víctor, con la mascarilla mal colocada y la respiración acelerada. Cerró de golpe la puerta tras de sí. Para cuando se quitó la mascarilla y los guantes, Mario y Mónica ya estaban a un metro de él, mirando expectantes.
―Había uno ―explicó el chico, con la mano en el pecho y la bolsa con pan y patatas aún bajo el brazo derecho―. Estaba al final de la calle, y creo que no me ha visto, pero yo sí y he salido corriendo. 
Silvia entró en la sala a paso apresurado, con el ceño fruncido por la preocupación. Llevaba el pelo recogido en un moño y las gafas de ver un poco torcidas sobre la nariz. Había estado trabajando. 
―¿Solo uno? ―preguntó, rápidamente recogiendo los datos de la conversación.
Víctor asintió, y por fin se quitó la bolsa del hombro. 
―Cada vez hay menos ―susurró Mónica.
Mario la miró.
―Es verdad. Quizá por fin estamos pasando el Umbral...
―O quizás estamos muriendo todos. Nosotros y ellos. 
Las palabras amargas de Víctor les hicieron callar a todos durante el resto de la tarde. 
Cuando todo eso había empezado, Víctor y Silvia habían estado juntos, viviendo en esa casa desde hacía unos meses. Mario había sido el mejor amigo de Víctor de toda la vida, y éste no había dudado en acogerle cuando los padres de los hermanos habían sido infectados hacía unos meses. 
Sin embargo, la pareja no fue capaz de aguantar la situación unida. Poco a poco, las tensiones se fueron haciendo demasiado, y terminaron rompiendo hacía dos meses. El primero había sido bastante incómodo, pero ¿qué eran unas semanas de incomodidad dentro de una casa en la que estaban a salvo de la plaga? Los dos habían aprendido a sobrellevarlo, y ahora se llevaban bastante bien, como amigos. 

Ese día le tocaba a Mónica hacer las comidas. Había tenido que aprender a cocinar, pero le gustaba mucho; era una distracción ―aunque momentánea― de todas las cosas que pasaban a su alrededor.
De alguna manera, los servicios de electricidad, agua e internet seguían en pie, aunque malamente. El ser humano se agarraba con uñas y dientes a lo que le había costado toda una evolución conseguir. 
Fue entonces cuando escuchó los chillidos en el edificio. Los dos eran masculinos, pero uno era horrorizado y el otro era claramente no humano. 
Se le pusieron los pelos de gallina, y quitó la sartén del fuego antes de coger dos cuchillos bien afilados que guardaban en el tercer cajón de la cocina. 
Casi como si la hubiera llamado, Silvia apareció por la puerta y cogió el cuchillo que Mónica le tendió. 
―¡Víctor, Mario, encerraos en el baño! ¡No salgáis hasta que no volvamos nosotras!
Los científicos que aún quedaban en pie trabajaban día y noche para encontrar respuestas: una vacuna, una cura, una solución. 
Por ahora, lo único práctico que habían encontrado era que los convertidos se guiaban por sus propias hormonas para encontrar a sus presas. Por ello, solo perseguían y atacaban a los humanos con las sus mismas hormonas.
Según los gritos que habían escuchado, las dos estarían relativamente a salvo de lo que fuera que había entrado en su portal. 
Ya había pasado muchísimas veces antes. Cuando uno de ellos entraba en un edificio, esperar a que se fuera no era útil porque se quedaría esperando, escondido, a que alguien saliera para ir a por él. Había demasiados olores humanos como para disuadirle.
Así que, sin pensar demasiado, Mónica abrió la puerta del tirón. 
A los pocos segundos, los pasos frenéticos empezaron a subir desde el segundo. La puerta de enfrente se abrió, y por ella salió Cristina con un cuchillo jamonero en la mano. 
Cuando el hombre consiguió subir las escaleras a su piso, Cristina le cogió de la manga sin contemplaciones y le tiró hacia el pasillo de su casa. El chaval se cayó al suelo y reculó a cuatro patas, sin importarle no conocer a la mujer que le acababa de meter en casa.
Justo a tiempo, apareció el otro corriendo por las escaleras. No tenía un aspecto demasiado demacrado; era como cuando vas a un tanatorio y ves al difunto al otro lado de la pantalla. Pálido, subrealista, casi como un muñeco. Pero con los ojos abiertos y negros por la necrosis. 
A pesar de que atacaban a gente con sus mismas hormonas, no eran tontos. Así que el convertido se lanzó hacia Cristina, que era la que tenía más cerca, intentando ir directamente a por el cuello con esos dientes amarillos y rotos, las encías muy retraídas.
Sin titubear, Cristina le clavó el cuchillo en el pecho y se echó hacia atrás para que no le llegara a dar.
Mónica y Silvia se lanzaron hacia él y le tiraron al suelo. Silvia le agarró los hombros y Mónica las piernas. Cristina sacó el cuchillo de su pecho, todo manchado de un negro viscoso, y no titubeó ni un momento al clavarlo en su cuello y hacer fuerza hacia abajo. Los tejidos medio podridos no opusieron mucha resistencia, y la cabeza rodó escaleras abajo, haciendo un ruido húmedo cada vez que golpeaba el lado interno del cuello. 
Las tres chicas se pusieron en pie y se miraron con complicidad. Si había algo que había conseguido todo esto, era que habían aprendido a ayudarse, costara lo que costara. Ya no eran todos contra todos.
Era humanos contra el maldito Umbral.

2 comentarios:

  1. Los relatos distópicos no son lo mío, me parecen muy difíciles. Poco antes de que empezara "todo esto" me leí un libro titulado Veinte de Manuel Loureiro. Las pandemias dan lugar a muchas historias. Da miedo.
    Buen relato. Yo también participo en el reto.
    ¡Saludos!

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    1. ¡Hola! A mí también me parecen muy difíciles, pero es divertido poder probar con las ideas del reto :) No me lo he leído, pero parece interesante, creo que lo buscaré. ¡Muchas gracias por pasarte por aquí!

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