viernes, 3 de abril de 2020

Prompt 9: En la casa de mi infancia

Un despiste
Hacía varias horas que todos se habían despertado, y poco menos desde que habían salido a buscar comida para ese día. Estaba haciendo mucho calor ese día, y el pequeño llevaba tiempo queriendo parar a descansar, pero sabía que no podía porque aún no había encontrado nada de comer ese día.
No hacía mucho tiempo que su madre le había dejado salir a volar lejos del nido, y no podía demostrarle que seguía siendo un bebé. Tenía que aguantar y seguir buscando.
Se propuso llevar el gusano más gordo de todos sus hermanos, a pesar de que él era el más pequeñito.
Las nubes estaban muy altas, y, aunque los enormes bloques de piedra se alzaban a su alrededor, no conseguían tapar el terrible sol que caía justo desde arriba. El pequeño sintió que sus ojos empezaban a estar cansados de mirar de un lado para otro, y que sus movimientos llevaban un rato sin ser fluidos, y habían empezado a ser más bien espasmódicos.
Estaba cansado, tenía sed, calor, y estaba empezando a ver borroso por los bordes. Tenía que encontrar algo pronto, o no tendría fuerzas para seguir buscando mucho tiempo más.
Estaba tan concentrado en mantenerse enfocado en todas las sombras que veía moverse por el suelo, en busca de las que ya había empezado a reconocer como comida o animales, que no se dio cuenta de que uno de los altos bloques de piedra tenía un agujero abierto.
En un parpadeo, el pequeño se encontró mirando un suelo que estaba mucho más cerca de sí mismo que hacía un instante. Además, era un suelo de color mucho más claro, marrón, con vetas oscuras.
Escuchó un chillido agudo, y al mirar arriba, una señora le estaba mirando con los grandes ojos verdes horrorizados.
―¡Se ha colado un pajarito! ―gritó la señora. 
Aunque el pequeño no pudo entender lo que ella había dicho, por supuesto, y solo escuchó una serie de sonidos extraños muy altos. 
Asustado, intentó alejarse de la mujer. Entró en un pasillo oscuro. Al final, a la derecha, había una fuente de luz. Se acercó esperanzado, queriendo irse de allí. Ya se había olvidado de conseguir comida, lo importante ahora era escapar. 
Vio el azul del cielo tan claro como si estuviera volando bajo el sol, y se apresuró a llegar allí. Sin embargo, justo cuando creía que podría escapar de aquella cueva oscura y extraña, se chocó con algo. 
Se calló al suelo, pero en seguida fue capaz de levantarse, mirando con confusión el cielo. ¿Con qué se había golpeado? No había nada allí. De fondo, los gritos de la mujer se habían unido a la voz grave y tranquila de otro hombre. 
Volvió a intentarlo, con cautela, pero volvió a chocarse con algo invisible.
Una trampa. Le estaban tendiendo una trampa.
Asustado, volvió por donde había venido, hasta ese pasillo oscuro con muchas puertas. Deshizo todo su camino. Sabía que podría salir por donde fuera que había entrado, ¿no? Solo tenía que encontrarlo, y superar todas las trampas y obstáculos que se estaba encontrando.
Cuando llegó al primer sitio donde había entrado, la mujer estaba medio escondida detrás de un hombre alto y de pelo negro. Los dos le estaban mirando, pero no supo entender cuáles eran sus intenciones.
Así que se puso en lo peor.
Trató de esquivarles, girando rápido a la izquierda, y pudo ver el cielo de nuevo. 
Soltó un chillido alegre al sentir el aire de nuevo en la cara, pero volvió a chocarse con la cosa invisible que le había impedido salir en el otro sitio.
No... No iba a ser capaz de salir de allí.
El miedo se instaló en su pecho y empezó a gritar y gritar, esperando que así le fueran a dejar libre. 
Buscó un escondite por todas partes, y se metió en un sitio muy pequeño y oscuro, detrás de varias figuras que se movieron cuando las golpeó. Se intentó quedar quieto en una esquina, y esperó que las personas se olvidaran de que él estaba allí y pudiera escapar y volver con su familia. 
Escuchó un ruido que venía de lejos, y de repente apareció una humana más pequeña que el resto, frotándose la cara. 
―¿Qué pasa? ―preguntó.
Aunque el pequeño solo escuchó una serie de sonidos roncos que le hicieron revolverse un poco en su sitio.
Tres. Eran tres. Muy grandes. ¿Cómo iba a ser capaz de salir de allí?
―Se nos ha colado un pajarito ―respondió la mujer. Su tono había cambiado a uno más calmado, y el pequeño no sabía cómo interpretar eso. ¿Estaba más calmada porque él la había sorprendido, o porque ahora le tenían donde querían?
La humana pequeña soltó un grito, y él también chilló y se movió a la otra esquina de su pequeño escondite.
No sabía si podían verle, pero deseó con todas sus fuerzas que no.
―¿Qué vais a hacer? ―preguntó la humana pequeña.
―Cogerle ―respondió el hombre, con la voz muy grave para el pequeño.
Lo próximo que él vio fue que el humano se acercaba hacia su escondite y metía las manos hacia donde estaba él.
Trató de gritar y patalear, pero fue inútil. En seguida se vio envuelto por unas enormes manos que le cogían todo el cuerpo y no le dejaban moverse. Sin embargo, siguió gritando, pidiendo ayuda desesperadamente. 
Quizá, si alguno de sus hermanos pasaba por allí y le escuchaba, entraría a ayudarle y podrían irse los dos sanos y salvos de vuelta a casa. Era lo único que podía pensar.
Sin embargo, antes de darse cuenta, vio que el hombre se movía hacia el agujero al exterior, y que la mujer se adelantaba para mover una barra de metal que el pequeño no entendió, pero simplemente era para abrir más la ventana. 
Se quedó callado, confuso. 
De primeras, no quería tener fe. Después de todo, estaba atrapado en las garras de un animal mucho más grande que él, indefenso y sin poder moverse. ¿Cómo iba a tener algún tipo de fe de que podría sobrevivir?
Pero ahí estaba, apenas unos segundos después, cayendo a plomo hacia el suelo.
Sus instintos en seguida se activaron. Sus alas se extendieron y empezaron a batir como locas. Sin pensarlo, puso rumbo a casa. Se le había quitado el hambre.
No le importó ser el único que no traía comida, ni que se rieran de él por haberse metido en líos. 
Iba a ser el pájaro de su familia con la mejor historia que contar durante muchos años. 

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