lunes, 30 de marzo de 2020

Prompt 7: Fantasía

Viento
Los dos hombres caminaban entre los altísimos árboles con un paso agradable y gracioso, sin ninguna prisa por volver a casa. Llevaban toda la tarde fuera, buscando presas por los alrededores para traer a su manada, así que ambos cargaban con sendas bolsas llenas de pequeños animales que servirían para comer durante un par de días. Suficiente, pero no demasiado para que la comida no se les estropeara.
Los dos iban desnudos, charlando animadamente sobre la caza. Se habían pasado todo el día en su forma de lobo, y ahora estaban aprovechando para comentar la jugada, ya que podían hacer mejor uso de sus cuerdas vocales.
La forma de lobo estaba mejor para muchísimas cosas, y también les servía para comunicarse ligeramente, pero la capacidad del cuerpo humano para conversar era una de las que más disfrutaban.
—Sinceramente, pensé que se nos iba a escapar —rió uno de ellos, moreno. 
Los dos eran betas de la manada, así que no había rivalidad entre ellos. Además, hacían un muy buen equipo.
—No te voy a engañar, yo también lo pensaba  —respondió el otro, con el pelo de un castaño claro—. Has hecho una finta muy rara, por un momento pensé que estabas haciendo el tonto de nuevo.
El moreno pareció no ofenderse por ese comentario, y sonrió de lado con tranquilidad.
—Estoy intentando una cosa nueva. 
—¿Ah, sí? ¿El qué? —se burló el otro. 
Su compañero le echó una mirada sucia. 
—Me da igual que no me creas. Ya me reiré yo cuando consiga hacerlo y no te enseñe ni un poquito. 
El rubio bufó.
—Simplemente te copiaré. 
Su amigo le clavó los ojos ámbar. 
—¿No tienes ni un poquito de orgullo, o qu-?
Ambos se pararon en seco al notar un olor extraño. Casi inmediatamente, se escuchó un grito agudo viniendo de la dirección de su campamento. 
Los dos se pusieron tensos, pero no echaron a correr. En lugar de eso, ojearon sus alrededores intentando identificar ese olor tan extraño e inquietante. Escucharon un gruñido potente a lo lejos, pero en seguida lo reconocieron como el gruñido del alfa.
Ahí sí que echaron a andar a paso ligero, cautelosos, listos para transformarse en lobos y correr a toda prisa al más mínimo cambio. 
No fue hasta que no estuvieron a un par de minutos del campamento que vieron las tres sombras al lado de un árbol. El olor extraño se había ido haciendo cada vez más potente, hasta que los dos sintieron que lo que fuera que era eso estaba lo suficientemente cerca como para saltarles encima. 
Al lado del árbol estaban el alfa y una mujer llorando. Sin embargo, lo que más les llamó la atención fue el pequeño cuerpo derrumbado sobre el árbol, desmadejado como una muñeca de trapo. 
Era uno de los niños de la manada. Estaba a pocos meses de llegar a la mayoría de edad. 
De su cuerpo salía un objeto punzante con plumas de colores en el extremo que sobresalía.
Los dos se quedaron helados durante un segundo. Tan solo se escuchaba el llanto de la mujer, la madre del pequeño, y el ruido del resto de animales del bosque. El viento se mecía y aullaba entre las hojas como un lamento más. 
—No puede ser —fue lo primero que dijo el moreno, después de varios momentos de silencio espero y confuso.
El alfa fijo sus ojos oscuros y cabreados sobre ellos.
—Pues ya ves que sí. No es que yo te lo diga.
—Puede que haya sido otra manada. Puede que hayan decidido usar...
—Ya sabes que nosotros no usamos esta clase de armas. No tienen honor, ni clase, ni respeto hacia la persona —escupió en el suelo.
La mujer les miró con los ojos azules lleno de dolor y del mayor terror que habían visto en sus vidas. Si se hubieran mirado entre ellos en ese momento, podrían haberlo visto también reflejado en sus propias miradas. 
—Pero... son solo una leyenda —el castaño se pasó la mano por el pelo, desesperado, y dejó caer la bolsa con las presas. ¿Qué más daba eso ahora? 
La mujer sorbió por la nariz.
—Están aquí. Puedo olerlo. Sé que vosotros también lo oléis. Es parte de nuestro olor, mezclado con... con...
—Odio. Rabia —respondió el alfa—. Maldad. 
El moreno soltó una risita histérica. En cualquier otro momento no se le hubiera ocurrido reírse delante del cadáver de uno de los pequeños, pero ni siquiera fue consciente de lo que hizo. Fue un intento de su cerebro de lidiar con lo que estaba pasando.
—No puede haber... humanos. Eso es una tontería. No hay solo humanos, igual que no hay solo lobos. Son cuentos de hadas. No hay partes de lobo y de humano que se separan en la luna llena. No hay humanos disparando flechas para terminar con nosotros. 
No sabía a quién estaba intentando convencer, si a ellos o a sí mismo. 
Era un cuento que se le contaba a los niños pequeños para que se portaran bien las noches de luna llena y no se alejaran demasiado del campamento, para que no se perdieran. Se decía que había algunos hombres lobo que, si les daba la luna, mutaban y las dos partes de su ser se separaban: la fuerza animal del lobo, y la inteligencia brutal del humano. Y que, al estar separadas, no eran capaces de controlarse ni inhibirse la una a la otra. 
Así, el lobo se metería en peleas hasta la muerte con los pequeños.
Pero la parte humana... La parte humana sabía crear herramientas para no tener que acercarse. Cuerpo a cuerpo era más débil. Y no tenía el sentido del honor del lobo, así que atacaba de lejos, con armas de gran velocidad decoradas con partes de otros animales como señal de amenaza. Y de burla.
Los cuatro miraron reflexivamente a la luna. Ese día estaba llena, y refulgía con un tono amarillento. Un color enfermizo, como el que habían adquirido los ojos vidriosos del niño a sus pies.
Tendrían que volver al campamento y contárselo al resto. Después se irían de allí. Lo más lejos posible, hasta algún sitio donde pudieran esconderse en días de luna llena. Nada sería lo mismo después de eso.
El viento aullaba cada vez más, casi como coreando el llanto y el miedo que los cuatro estaban sintiendo al unísono. Doliendo por el pequeño.
Quizás si no hubiera estado soplando tan fuerte, los cuatro hubieran podido escuchar unas cuerdas estirándose, el crujido de los arcos al estar bajo tanta tensión, o las respiraciones nerviosas y agitadas de las personas que los sostenían, escondidos en las sombras de las ramas de los árboles a su alrededor. 
Quizás, si la naturaleza no hubiera estado coreando su pánico, hubieran escuchado el silbido de las flechas al salir disparadas, certeras a los cuatro cuerpos.
Pero no fue así, y las hojas siguieron con su tétrica canción mucho después de que los cuatro cuerpos hubieran caído al suelo y dejado de respirar. 

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