lunes, 13 de abril de 2020

Prompt 12: primera cita en una pescadería

Escapada romántica
Klak no paraba de dar vueltas por su casa, sus patitas dejando pequeñas marcas en el poliespán. Todos los demás se habían apartado de en medio, aburridos por su comportamiento, y por la charla que llevaba echándoles desde hacía horas.
—No me puedo creer que vaya a hacer esto —iba murmurando, en bucle. 
Aún quedaba un rato hasta que tuviera que ir a por ella, pero sentía que le iba a dar un ataque antes. ¿Cómo se respiraba? 
Una lluvia fina cayó sobre él y miró hacia arriba todo lo que pudo, girando el largo cuello rojo hasta formar un ángulo de noventa grados con el cuerpo, las pinzas delanteras alzadas sin poder evitarlo. Inhaló el olor húmedo y dejó que las gotas le intentaran calmar. 
No lo consiguieron. 
Se acercó hacia su mejor amigo, Plip, que le estaba mirando sin expresión. Era difícil poner alguna expresión con un exoesqueleto. Pero Klak sabía que su amigo estaba harto de él, a pesar de que le fuera a apoyar de todas maneras. 
—¿Cómo estoy? —preguntó, el nerviosismo claro en su tono.
Su amigo se le quedó mirando un segundo.
—Pues igual que todos. 
Klak se enfadó un poco por la falta de colaboración.
—Eso no me vale, tengo que estar excepcional, radiante. Quizás si me quedo más bajo el chorro la próxima vez que toque...
—Quizás si te das mil vueltas más a la caja estarás en plena forma para impresionarla —notaba claramente el sarcasmo en la voz de Plip. 
—Tienes razón —respondió, cegado por los nervios. 
Cuando terminó la siguiente vuelta, Plip caminó con rapidez para ponerse en medio de su camino. 
—No va a cambiar nada, inútil. Tan solo espera a que la caja de abajo esté vacía y ve con ella. Además, es un cangrejo verde, para ella todos somos iguales. Igual que todos son iguales para nosotros, si no es ella ni siquiera te vas a dar cuenta.
—Eso es bastante racista, Plip. 
Su amigo no respondió. Es más, se dio la vuelta y se fue a hablar con otros cangrejos de una esquina. 
Klak suspiró internamente. Sabía que estaba exagerando, pero no sabía manejarlo mejor. Si fuera una cangreja de la caja, aún sería más sencillo porque todos se conocían y el protocolo ya quedaba olvidado en confianza.
¿Por qué, oh, por qué tenía que haberse caído esa mañana en la caja de los cangrejos verdes cuando el hombre les había sacado del almacén? 
La había visto ahí, mirándole toda confundida, con ese exoesqueleto verde, tan exótico, y no había podido evitar pedirla verse de nuevo. Tan solo era cuestión de tiempo que el hombre se diera cuenta, pero Klak tenía que conocerla mejor. 
La cangreja solo había atinado a tartamudear un sí antes de que la mano enorme del hombre le cogiera y le llevara de vuelta con sus compañeros. Klak le había gritado que quedarían en la caja debajo de ambos, cuando esta estuviera vacía porque ya hubieran comprado todo el salmón que había. Siempre se agotaba rápido. Al menos, es lo que había pasado los dos últimos días que había estado allí. 
Ahora se apoyó en el borde inferior de la caja de poliespán, haciendo fuerza con las pinzas delanteras para alzarse sobre el borde. Atinó a ver la caja de abajo. Aún quedaba una pieza de salmón sobre el hielo desmenuzado. Era cuestión de tiempo. 


Si Crabla hubiera sido físicamente capaz de poner expresión de aburrimiento, estaba segura de que nunca antes en su vida hubiera tenido tanto sentido que la pusiera como ahora. 
Todas sus amigas llevaban un buen rato arremolinadas a su alrededor, chasqueando las pinzas y moviéndose de un lado a otro, nerviosas. 
—Pero cómo vas a salir con uno de... ¡de esos!
—¿Es que estás loca? 
—Yo de verdad no sé de dónde sacas tal mal gusto.
También quiso fruncir el ceño para mirar mal a su compañera.
—¿Cómo que mal gusto? —alzó un poco la cabeza, aunque simplemente fue agachar las patas traseras y estirar las delanteras—. Pues a mí me pareció un cangrejo muy guapo, sobre todo comparado con los que tenemos aquí. 
Todas sus amigas hicieron sonidos de disgusto, y se empezaron a alejar sutilmente, charlando como si ella estuviera loca. 
Al final, solo quedaron dos: Pik y Tac. 
—¿Vosotras también creéis que es un error? —suspiró Crabla.
Las dos se miraron entre sí antes de volver a hablar.
—A ver —empezó Pik—, a mí no me ha parecido muy guapo, pero para gustos los colores.
—Además —repuso Tac—, ¡es una aventura! Ya quisieran muchas de aquí escaparse de la caja para encontrarse con un amante secreto —dijo, con tono ensoñador. 
Crabla se puso bastante contenta con ese comentario. Lo cierto es que le había parecido una locura, y no sabía por qué había dicho que sí cuando ese cangrejo se había caído en su caja esa mañana. Quizá había sido la forma en que su cuerpo alargado se había retorcido al levantarse, o la forma en la que sus ojos negros la habían mirado. Pero se había encontrado a sí misma diciendo que iría, y ahora no se iba a echar atrás. 
—¿Estás nerviosa? —preguntó Tac.
Crabla se lo pensó un momento.
—No. Bueno, un poco, sobre todo por ver cómo llego hasta la caja de abajo, pero creo que irá bien. Parecía muy majo. 
Sus amigas asintieron, y las tres empezaron a hablar sobre lo que podían hacer el rato que estuvieran juntos, sobre si se verían de nuevo, o incluso sobre escaparse de allí como en un cuento de hadas, hacia la libertad. Justo cuando estaban diciendo eso último, una lluvia fina cayó (como cada diez minutos), y la escena quedó mucho más épica, haciendo que la emoción de las tres cangrejas fuera en aumento. 

Cuando finalmente el último lomo de salmón desapareció de la caja, Klak ya llevaba un rato observando y fue corriendo a buscar a Plip para que le ayudara a subir. 
Su amigo no paró de quejarse e insultarle, pero aún así se puso en el borde de la pared para que Klak pudiera subirse a su espalda.
—Más vale que merezca la pena y que tengas buenas historias que contar a la vuelta, pelmazo. 
Klak le hizo callar.
—¡No me lo gafes!
Plip no dijo nada más, y Klak en seguida consiguió subir al borde y deslizarse hacia la caja justo de bajo. Se dejó caer, y sus piernas resbalaron por la superficie inclinada cubierta de hielo medio derretido hasta que consiguió pararse. Cuando se chocó contra la pared de abajo de la caja vacía.
Entonces se quedó mirando fijamente la caja que había justo al lado de la suya, por la que debería aparecer su cita de un momento a otro. 
Pasaron dos finas lluvias, y ya pensó que ella le iba a dejar plantado y se planteó cómo siquiera iba a volver a su casa, cuando por fin vio una cabeza verde aparecer sobre el borde de la caja. 
En unos segundos, a la cangreja le pasó lo mismo que a él, y se escurrió soltando un pequeño chillido hasta llegar abajo, casi golpeándole de lleno. 
—Hola —dijo ella, sin respiración, cuando se recompuso.
—Hola —respondió él, sintiéndose un poco estúpido y sin saber qué decir. 
Ya habían llegado allí, ¿ahora qué? 
—Bueno... —empezó a hablar ella, algo incómoda, chasqueando un par de veces las dos pinzas verdes —¿Qué tal?
Si no fuera ya rojo, Klak probablemente se hubiera sonrojado en ese momento.
—Bien. Muy bien. ¿Y tú? Por cierto, me llamo Klak.
Ella se le quedó mirando.
—¿Klak? Que nombre tan... curioso —no sabía si lo decía para bien o para mal —. Yo me llamo Crabla.
Él pensó que era un nombre raro, pero no iba a decir eso.
—Encantado. ¿Qué tal  la vida en tu caja? 
Entonces los dos empezaron a hablar, y se dieron cuenta de que la vida allí era más o menos parecida. Crabla tan solo llevaba allí desde el día anterior, la mitad de tiempo que él, pero ya había descubierto todo lo que había por descubrir en ese sitio. No era mucho, pero al menos seguían vivos, que era más de lo que se podía decir de la mayoría de los habitantes de las otras cajas. 
Los dos se rieron y bromearon, y se fueron acercando cada vez más y más.
Justo cuando Klak pensó que iban a chocar las frentes -el beso típico de los cangrejos, y aparentemente un gesto natural en todas las razas de cangrejo- vio una sombra sobre ellos. 
Pensó que tan solo sería el brazo del hombre pasando sobre ellos para coger alguna cosa, como pasaba muchas veces al día, pero su corazón se le paró en seco cuando se dio cuenta de que la mano estaba justo frente a ellos. 
Es más, había dos manos. 
Les habían pillado. Con lo bien que iba, y ahora iban a volver a sus dichosas cajas a esperar la próxima oportunidad, que probablemente no fuera hasta el día siguiente. Una eternidad.

La otra mano cogió a Crabla y la dejó de vuelta en su caja. Ella estaba un poco desubicada porque no lo había visto venir, y su mirada se encontró fija sobre la mano que llevaba a Klak aún por el aire. 
Esperaba que le dejara en su caja, y que ambos se asomarían sobre el borde para seguir hablando un poco más.
Sin embargo, ante su atenta mirada, el hombre metió a Klak en un cucurucho de papel, ignorando sus gritos desesperados, y luego cogió a otros cuatro de la misma caja de cangrejos rojos, que fueron a parar al mismo sitio. 
Después, Klak se había ido. 

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