martes, 24 de marzo de 2020

Prompt 5: Space Opera

Sobre la importancia de estar atento a las luces rojas
Agobart silbó una melodía sin siquiera darse cuenta mientras recorría la última calle de su antepenúltimo planeta de ese día.
El sol rojo profundo de Mu Eta estaba casi poniéndose en el horizonte, y el aire se notaba un poco cargado, ya que la atmósfera era rica en nitrógeno. Tanto, que Agobart siempre tenía que llevar puesto el respirador en ese planeta. Pero se compensaba por las increíbles puestas de sol, y por los bonitos paisajes. No muchos seres "avanzados" eran capaces de vivir en esa atmósfera, por lo que la civilización era moderada, y la naturaleza había seguido sin prisa su curso durante milenios.
Se bajó una última vez de su furgoneta y echó la carta sellada en el buzón de una pequeña casa cuyo color azul contrastaba con la luz natural. Después, se volvió a subir y cambió la configuración de la furgoneta para poder despegar hacia el próximo planeta, Mu Theta.
Llegó en apenas una hora, ya que el sistema en el que se alojaba Mu Theta estaba a muy pocos años luz de Mu Eta.
Este sistema tenía una enana azul, muy cerca del fin de su ciclo. Sin embargo, aún había mucha población en este planeta, que se agarraba a su vida aquí hasta el último momento posible.
El planeta estaba casi en el extremo más alejado de la zona habitable de la estrella, por lo que Agobart tuvo que coger su abrigo más gordo y un gorro del asiento trasero antes de abrir la puerta y empezar con la primera ronda de entrega de cartas.
Había una pareja caminando al final de la calle, pero no había nadie más salvo algunos pájaros, ya que en esta zona de Mu Theta ya era de noche.
Sin darse cuenta, empezó a silbar la misma canción de antes, que pertenecía a un anuncio de cereales que había en su planeta natal cuando él era un niño. Pero él no se dio cuenta de esto, tan ocupado que estaba echando las cartas en un bloque de pisos muy alto, con más de treinta plantas.
Mientras las repartía todas, su mente divagó hacia las tareas que le quedaban pendientes. Tenía que entregar todas las cartas de ese sector del planeta, las clasificadas como "muy urgentes", y después tan solo le quedaban las del planeta Xi. Tras eso, podría ir a su casa y relajarse con un buen cuenco de sopa y los mimos de su perro mientras veía una película.
Volvió de nuevo a pensar sobre el cargamento de ese día. Le habían dicho que eran cartas muy importantes, e incluso había un par de paquetes que parecían bastante pesados según había visto. Tenía que entregarlas en el edificio de una de las embajadas, y no pudo evitar preguntarse qué era el contenido.
Dándole vueltas a las posibilidades, salió del edificio.
De hecho, de tan distraído que estaba no se dio cuenta de que las puertas de la furgoneta estaban abiertas hasta que el sonido de un potente motor despegando le hizo salir de su ensoñación.
Instantáneamente, sus dos corazones se le aceleraron en el pecho y su mente corrió a toda velocidad.
No. No podía ser. No podía haberle tocado a él.
Desde hacía unas semanas, habían circulado rumores de un ladrón de correo. No se las había creído, porque no creía que alguien fuera a tomarse la molestia de perseguir entre galaxias a un camión solo para robar un puñado de cartas, y mucho menos cuando la información realmente importante no se enviaba más por ese medio de comunicación.
Y, sin embargo, ahí estaba Agobart, sin lugar a dudas. Persiguiendo a un pequeño vehículo de un color gris oscuro, saliendo a la estratosfera del planeta a toda velocidad y sin parar de gritar maldiciones dentro de la cabina de la furgoneta.
Cuando salieron al espacio, el vehículo se mimetizó inmediatamente. Por suerte, Abogart ya había pensado en eso y había configurado su GPS (entre gritos e insultos al pobre dispositivo) para que siguiera al vehículo, aunque él no fuera físicamente capaz de verlo.
Entre enfadado y asustado, se quitó el chaquetón y el gorro y los lanzó de malas maneras al asiento del copiloto.
-No me puedo creer que haya sido así de estúpido -gruñó-. Y eso que había cerrado las puertas. ¿O no? Imagínate que se me olvidó cerrarlas. Me van a despedir. Si no cojo a ese malnacido mañana mismo me dan la patada. Cuando le agarre lo mato.
Siguió en piloto automático durante varios minutos, casi sin mirar a su alrededor de lo ofuscado y enfadado que estaba.
Quizá por eso tardó tanto en darse cuenta del piloto rojo que había salido en la esquina superior de una de las pantallas de control de la furgoneta.
Sin embargo, apenas reparó en eso se vio envuelto en un haz de luz cegadora, tan fuerte que, a pesar de los tintes y protecciones inteligentes especiales del cristal frontal, tuvo que taparse los ojos con el brazo y ahogar un grito de dolor.
Escuchó vagamente una pequeña alarma sonando, al mismo tiempo que algo chocaba con el lado derecho de la furgoneta y la hacía girar casi ciento ochenta grados sobre sí misma.
Después de un par de minutos, Agobart sintió un tirón particular de la gravedad, una sensación de fuerza que se le instaló en la boca del estómago y le recordó a la primera vez que se había subido a una montaña rusa de adultos. La luz se disipó tan rápido como había llegado
Esa sensación cobró forma, y se dispersó por todo su cuerpo hasta llegar a su aletargado y confuso cerebro.
Abrió los llorosos y doloridos ojos de golpe cuando se dio cuenta de lo que acababa de pasar.
-No -musitó-. No, no, no, ¡no, no, no! -con cada "no", el tono de su voz subía y se iba volviendo cada vez más histérico.
Tomó los mandos con manos temblorosas y trató de virar de nuevo la furgoneta, que parecía estar parada en medio de la nada. A su frente, una línea ancha de luz extremadamente brillante (la que acababa de atravesar) se extendía como un corte horizontal en el universo.
Miró las pantallas que había descuidado. Muchas luces brillaban y parpadeaban.
Todas eran rojas.
Un cartel encima de una de las pantallas brillaba y parpadeaba con un mensaje que había entrado hacía apenas unos minutos, más o menos al mismo tiempo que él debía haber entrado en la zona de luz:
Perdón :)
-Hijo de p...
El muy capullo del ladrón le había hackeado los sistemas de navegación. Había estado siguiendo un fantasma, y el fantasma le había llevado directo a...
-Un puto agujero negro. Vamos, no me jodas.
La furgoneta por fin había sido capaz de virar, y al mirar hacia delante, no vio nada.
Literalmente nada.
Es más, la nada más nada que había visto en su vida.
La nada más nada que alguien vivo podía ver a lo largo de su vida.
El periodo de luz había sido el horizonte de sucesos, y lo había cruzado como un campeón sin darse cuenta.
Y ahora estaba... Bueno. En un marrón, la verdad. Un marrón muy oscuro.
No sabía cuánto le quedaba, pero se echó hacia atrás en el asiento, tomando una respiración profunda.
Nadie sabía lo que pasaba a ciencia cierta cuando cruzabas el horizonte de sucesos. Solo que ya no se podía salir.
La pregunta era... ¿Qué rumbo de la paradoja le tocaría? ¿Empezaría en seguida a estirarse como un espagueti hacia el centro del agujero? ¿Se quedaría en ese limbo durante años, siglos, aparentemente quieto? ¿Se vería a sí mismo en el borde del horizonte de sucesos si la furgoneta se giraba de nuevo?
Suspiró, aparentemente calmado.
Sacó una manzana de la guantera y empezó a comérsela. A medio camino, su mano parpadeó durante un segundo.
Agobart ni siquiera se molestó en sorprenderse.
-Pues vaya mierda de día.


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