lunes, 16 de marzo de 2020

Prompt 4: Año Nuevo Chino

Ravioles y pescado:

Kyon se tocó la espalda dolorida mientras veía el vapor salir del cocedor. Ya estaba casi listo, solo le quedaban un  par más de minutos a los ravioles.
Mientras esperaba, con todo lo demás listo, puso la mesa en el comedor: un par de palillos, un mantelito individual, y un pequeño vaso lleno de agua.
Se quedó mirando por la ventana, pensativa. Podía escuchar desde su primer piso las risas y el bullicio de todo el mundo en la calle, e incluso pudo apreciar unos fuegos artificiales explotando cerca del horizonte.
El cielo estaba despejado esa noche, y las estrellas se veían claramente, la luna brillando por su ausencia.
Dando un suspiro profundo, volvió a la cocina. Caminó despacio, con las manos a la espalda. No tenía ninguna prisa.
Puso los ravioles en un pequeño cuenco, y el pescado que había cocinado antes en un plato llano, y se llevó ambas cosas de vuelta al comedor.
Generalmente, solía poner la televisión para entretenerse mientras cenaba, comía, o hacía alguna cosa. Pero ese día no tenía ganas de ver las noticias. No tenía ganas de escuchar las entrevistas y los vídeos de gente celebrando y de familias unidas.
Así que, en lugar de eso, se quedó observando distraídamente los fuegos artificiales y escuchando el alboroto por la ventana abierta.
Cuando los fuegos terminaron, su mirada se desvió inevitablemente al cuadro que había en el mueble al lado de la televisión. Llevaba toda la noche intentando deliberadamente no dirigir su mirada al cuadro, sabiendo que lo único que iba a hacerse era más daño, pero fue superior a sus fuerzas.
No podía pasar ni un día entero sin recordar la cara de su marido. Tan solo hacía cinco meses que les había dejado, que la había dejado, pero se le antojaba casi una eternidad. Y, aunque la foto había sido hecha poco después de su boda -hacía más de cincuenta años-, para ella él siempre había conservado la misma expresión de amabilidad y alegría, los mismos ojos oscuros que tanto añoraba.
Como se había esperado, se le empezaron a humedecer los ojos, y se le quitó el apetito.
Se levantó con los platos a medio comer, y los llevó a la cocina. No se atrevió a tirarlos, así que los dejó sobre la encimera y se fue a la sala de estar, donde tenían un pequeño balcón desde donde podía ver todas las festividades.
Se acordó de su hijo, Yan Yan, y de su nieta, Bo. Se habían tenido que ir hacía algo menos de un año a Europa, en busca de un trabajo mejor. Todos los meses le mandaba religiosamente parte de su sueldo, junto con una pequeña foto de algo que habían hecho ese mes. Bo, que acababa de cumplir veintitrés años, cada mes dejaba más de ser una adolescente y se convertía en una gran mujer.
-Dios mío -musitó, para sí misma, mirando distraídamente uno de los dragones que corrían en ese momento por su calle-, cómo os echo a todos de menos.
Yan Yan llamaba cada día o cada par de días como mucho, y ella siempre se alegraba de hablar con él. Por supuesto, también se alegraba de que él hubiera podido tomar esa oportunidad, y de que estuviera haciendo grandes cosas con su vida. Pero eso no quitaba lo mucho que odiaba estar separada de ellos. Sola.
Casi como si le hubiera invocado, su teléfono sonó desde la otra habitación. Kyon se apresuró para poder cogerlo, y la voz de su hijo la acogió con calidez y cariño. Igual que su padre.
-Hola, mamá.
-Hola, hijo -respondió ella, tratando de enmascarar su tristeza-. ¿Cómo estás? ¿Qué tal el año nuevo? ¿Vas a poder celebrarlo en casa esta noche?
Hubo un pequeño silencio antes de que su hijo respondiera.
-Sí, más o menos.
Kyon arqueó una ceja.
-¿Qué te traes entre manos?
Su hijo se rió, y a Kyon le pareció escuchar también la tintineante risa de Bo de fondo.
-Mamá, ¿me puedes hacer un favor?
-Sí, claro -respondió ella de inmediato.
-¿Recuerdas cómo te dije que se ponía él teléfono en altavoz?
-Creo que sí, espera.
Le costó un par de intentos, y por un momento pensó que había colgado sin querer, pero por fin consiguió que la voz de su hijo se escuchara por toda la salita.
-¿Y ahora qué? -preguntó, muerta de curiosidad, deseando saber qué se traían esos dos entre manos.
Entonces Yan Yan la guió por una serie de iconitos y botones, dictando y mandando que hiciera cosas, y ella le siguió en silencio, esperando no estar haciendo nada mal.
Después de unos minutos, consiguió abrir una aplicación de fondo azul, con una letra S metida dentro del dibujo de una pequeña nube. Su hijo le instruyó sobre qué poner, y en seguida consiguió entrar en una página que, sinceramente, no le decía nada.
-Dame un segundo, mamá. ¿Has cenado ya?
Ella miró extrañada el móvil.
-Estaba en ello -mintió.
-¡Genial! -respondió él.
Entonces se colgó la llamada. Kyon soltó una exclamación horrorizada. ¿Qué había hecho? ¿Por qué se había colgado?
Pero antes de poder volver a llamar, un mensaje parecido a una llamada apareció en la pantalla. Sin pensarlo, descolgó.
Y entonces se abrió ante ella una imagen. Era la cara de Yan Yan desde un ángulo muy cercano (y, la verdad, algo desfavorecedor), mirándola con una sonrisa enorme. Bo saludó de fondo, con la mano.
Detrás de ellos había una mesa completamente lista, con tres sitios preparados: dos sitios tenían comida, y el otro solo tenía un plato vacío.
Completamente soprendida, Kyon se tapó la boca con la mano. No se podía creer que pudiera verles, hablar con ellos mientras estaban tan lejos.
-¿Qué habéis hecho? -preguntó, anonadada.
Los dos volvieron a reír.
-¡Hola, abuela! -exclamó Bo, acercándose.
-¡Hola, cielo!
-Habíamos pensado que, ya que no hemos podido estar allí, podríamos cenar contigo por internet para celebrar el año nuevo.
-Pero... pero si ahí todavía es de día.
Su hijo se encogió de hombros.
-He pedido el día libre para poder hacerlo. ¿No decías que estabas cenando?
-Sí. ¡Sí! -mintió- Dame un segundo -corrió al comedor-. ¿Puedo dejar esto aquí? -inquirió, dejando con delicadeza el aparato sobre la mesa vacía. Se dio cuenta de que, arriba a la derecha de la pantalla, una pequeña imagen había estado capturando su cara, y ahora apuntaba al techo.
Sin darles tiempo a responder, corrió a la cocina y volvió a coger lo que se había dejado de cena. Además, cogió una botella de soja, y la usó como soporte para que el teléfono se sujetara sobre la mesa - era un truco que había visto por la tele hacía unos días.
Y después de eso, casi sin creer que fuera real, los tres compartieron una cena entre cotilleos, anécdotas, y recordatorios de cosas que habían hecho los tres o cuatro juntos, cuando su marido aún vivía.
Por un segundo, lo que pasaba fuera de la ventana de Kyon no le pareció un recordatorio de todo lo que había perdido, sino una celebración a todo lo que aún tenía y podía vivir.
                                       

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