lunes, 16 de marzo de 2020

Prompt 3: Aracnofobia

Ventana abierta

Di los últimos pasos cautelosos hasta la puerta de mi casa, esa sensación de estar alerta ya instalada en la boca de mi estómago aliviándose ligeramente al saber que por fin llegaba a mi lugar seguro.
Normalmente estaba tensa en mi casa, alerta, por mi propia seguridad, pero era mucho peor cuando tenía que salir a la calle; no había nada que yo pudiera hacer para controlar mi entorno, para asegurarme de evitar que apareciera alguna.
Como siempre, saqué un pañuelo de mi bolsillo trasero, apenas fijándome en el tejido rosáceo del guante fino que llevaba puesto. Revisé, metódicamente, todos los resquicios que había en la puerta y en el quicio. Me alegré de haber tirado el felpudo hacía un par de meses: no servía para nada más que para ser el refugio de alguna araña, o de sus huevos.
Cuando por fin estuve segura de que la puerta estaba limpia, saqué mis llaves con mi otra mano enguantada, y las metí en la cerradura - no sin antes haber pasado el pañuelo por allí para asegurarme de que estaba limpia.
Nada más entrar, me golpeó ese fuerte olor a desinfectante con limón que usaba varias veces al día. Una parte de mí lo acogió como un olor confortable, que significaba la seguridad de mi hogar; pero otra parte de mí sintió nauseas ante la potencia.
Sin hacer caso a esa segunda parte, cerré la puerta y me quedé observando el pasillo principal de mi casa tan y como había estado observando el quicio antes: sin prisa, fijándome bien en todas las esquinas, para no perderme cualquier posible telaraña que hubiera podido aparecer en la hora que había estado fuera, haciendo la compra de la semana.
Por suerte, no había ninguna. Ni en el pasillo, ni en las puertas principales y de la cocina que se veían desde mi posición, ni tampoco en la mesita que había al lado de la puerta principal, que solo tenía una pequeña bandeja blanca simple para dejar las llaves - no tenía ningún adorno ni decoración más, solo servirían de reclamo y escondite para las arañas.
Fui al salón y, sin darme cuenta, ya había cogido el spray desinfectante y el plumero que había dejado especialmente para ese cuarto. Revisé y desinfecté el sofá con la cabeza en otra parte, sintiéndome agradecida por el servicio que te llevaba la compra a casa, pero sintiendo la horrorosa sensación de que tendría que revisar bien las bolsas para asegurarme de que no había ninguna araña ni ningún bicho dentro del que no se hubieran dado cuenta al traerlo todo. Se suponía que llegarían en alrededor de una hora.
Cuando por fin estuve a gusto con el resultado del sofá, me permití sentarme - en el medio, no quería estar pegada a los bordes del sofá por donde cualquier cosa podría subir-, y cogí el mando que había, solitario, encima de la mesita. Presioné el botón reojo, recubierto de plástico protector, y me decidí a buscar entre los canales para entretenerme hasta que llegara la compra.
Sin embargo, no me duró mucho el descanso, pues me di cuenta de que no había limpiado la mesita ese día.
El polvo, me susurró mi vieja amiga en la cabeza, avisándome, asegúrate de limpiarlo o podrá criar bichos. 
Asentí, muy convencida de que esa voz tenía razón, y me dirigí hacia el baño, donde guardaba el limpiacristales.
Mis pasos se pararon en seco a mitad del pasillo, cuando una ligera corriente de aire fresco me acarició la cara. No. No podía ser que me hubiera olvidado...
Todos mis sentiros se agudizaron aún más de lo que ya estaban, y miré a mi alrededor frenéticamente, sin querer perdiendo el ritmo metódico y lento que siempre me obligaba a usar al revisar las cosas. Era demasiado urgente. Si me había dejado la ventana del baño abierta esa mañana, ahora podría haber cualquier cosa allí... En el baño, y el pasillo, o la casa entera... Mi respiración se aceleró exponencialmente.
Tengo que limpiarlo todo. Todo está expuesto, podría haber cualquier cosa. 
Puse una mano -aún enguantada- en la pared para sostenerme, y me vino a la mente una imagen de mi hermana, que había estado visitándome hacía poco más de un mes. No la veía mucho, decía que no podía seguir como estaba. Yo, por mi parte, sabía que era ella la que estaba exagerando: no tenía ningún problema, era algo de lógica que quisiera mantener la casa limpia para que no entraran arañas, era una cuestión de salud.
Sin embargo, ella me hizo prometer que si me daban más de tres ataques de pánico en una semana, hablaría con una psicóloga de la que me había dado el número. Yo, sabiendo que nunca era para tanto, había aceptado.
Pero ya llevaba dos ataques, y ahora mismo tenía la sensación de que estaba al borde de otro.
-Vale -me dije en alto, respirando profundamente para calmarme-, no va a pasar nada. Voy a ir a cerrar la ventana, coger todas las cosas, y limpiar toda la casa. No va a haber ninguna araña, y seguro que no me va saltar encima ni va a... Vale, esto no está funcionando, voy a entrar.
Cerrando los ojos con fuerza, di el par de pasos que me separaban de la puerta del baño. Mis ojos se dirigieron a todos los rincones posibles con una rapidez pasmosa, y sentí el latido de mi corazón golpeándome en los oídos, hasta que era lo único que podía escuchar, aparte de mi trabajosa respiración.
Al no ver nada, cerré corriendo la ventana y me aproximé al cajón donde tenía los botes de lejía, pero antes de poder llegar, vi una sombra. Allí, en el techo a la derecha, algo de un marrón oscuro se movió ligeramente,
Sentí que se me paraba todo: el corazón, la respiración, los músculos, y hasta el cerebro se me paró durante una milésima de segundo, lo que tardé en procesarlo. Ante mis ojos, la araña creció en tamaño, hasta que sentí que podría aplastarme si se me caía encima.
Escuché un grito de fondo, y después de unos instantes, me di cuenta de que el grito estaba siendo mío.
No me puede estar pasando esto, no puede ser, simplemente no-
La araña se movió.
Todo se volvió negro.

Cuando abrí los ojos, lo primero que hice fue levantarme de golpe y mirarme el cuerpo, intentando sentir si tenía algo encima, si la araña se me había puesto encima.
Miré a mis manos, luego a la pared. Estaba vacía. Miré al resto del baño, resto de rincones.
Mi mano derecha, pared de en frente, brazo izquierdo, sobras del espejo, pierna derecha, váter, me palpé la cabeza mientras miraba a la ducha.
Nada, no había nada. Se había esfumado, pero sabía que estaba allí, en algún lugar.
Cuando me miré la mano de nuevo, me di cuenta de que el guante rosado estaba manchado de rojo.
Sangre. Realmente me había desmayado y me había golpeado la cabeza.
Me quedé allí, quieta como un pasmarote, pensando en todo lo que había pasado. La voz de mi hermana parecía estar gritándome al oído, sollozando.
Supe lo que tenía que hacer.
Casi como un zombi, me dirigí al salón y cogí el teléfono -no sin antes limpiarlo con un pañuelo-, y marqué los números que había en el papel de al lado, con la caligrafía de mi hermana.
Después de un par de toques, una voz femenina respondió.
-Clínica de Lorena Mora, ¿en qué puedo ayudarle?
Tomé una respiración profunda.
-Hola, eh... Me llamo Nadia, y creo que necesito su ayuda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario