martes, 11 de febrero de 2020

Dejar ir

Últimamente estoy teniendo la oportunidad de reflexionar mucho sobre el concepto de amistad, ya que he tenido que verme forzada a desarrollar amistades con mucha gente nueva en muy poco tiempo. Y, por gajes del oficio, me he dado cuenta de las dinámicas que pasan al principio de las relaciones.

Pero no he venido a llorar sobre eso. Eso simplemente me ha hecho reflexionar sobre cómo a veces tengo la sensación de que debería hacer (o debería haber hecho más), y me castigo mucho, pero no me doy cuenta de que las amistades, al igual que las relaciones de pareja, van en dos direcciones.


Hay muchos amigos aquí con los que me gustaría hablar más, por la presión de que en dos semanas me voy y lo quiero hacer todo con ellos, no perder el tiempo  -obviemos el hecho de que en el mejor de los casos tampoco podría hacerlo porque los exámenes no se aprueban solos y las segundas matrículas tampoco se pagan solas. 


Y eso me ha hecho hablarles mucho, en repetidas ocasiones, porque tengo la sensación de que debo hacerlo para estar en contacto con ellos. Eso, otras muchas veces, me ha hecho sentir que soy tremenda pesada, y eso es una de las cosas que más nerviosa me ponen de mí.


Luego me doy cuenta de que no es solo que yo me vaya y no les vaya a ver en mucho tiempo (siendo optimista). Es que ellos tampoco me van a ver a mí, y a veces se me olvida que ese es un matiz importante. Y me doy cuenta de que no lo estoy haciendo mal y, si lo estoy haciendo mal, no soy la única y eso significa algo. También me hace pensar que probablemente le estoy dando una importancia muy elevada a algo que tampoco tiene tanto porque jaja sí ansiedad. 


Realmente, si la amistad está destinada a durar, no va a pasar nada porque dejemos de hablar cuando me vaya - porque hablaremos de vez en cuando, porque habrá interés mutuo en continuar la amistad, y luego no será para tanto. O quizá la amistad no sea tan fuerte y se rompa, pero eso es algo que no puedo arreglar en literalmente 13 días. 




Por otra parte, me he dado cuenta de que ese pensamiento -el de culpa por no hacer más- es algo que me pasa muchas veces, con mucha gente. En mi adolescencia conocí a muchas personas, y me separé muchas veces de mis grupos, por unas razones o por otras.


Sin embargo, estoy bastante segura de que a día de hoy no me llevo exactamente mal  con ninguno de ellos, y eso hace que, de vez en cuando (cuando veo sus stories en instagram, o una foto en mi galería profunda, o simplemente recuerdo algún plan especial), me den unas ganas terribles de hablarles y decirles "eh, prepárate, que en cuanto vuelva a España nos vamos a ver". 


Y otras tantas veces me tengo que parar para no hacerlo.


Porque esa frase ya la he dicho muchas veces, y otras tantas veces me han respondido "si, jaja, de una, un día te digo y te vienes". Pero nunca me dicen, así que nunca voy. 


Por una parte mi mente dice: tienes que insistir más, quizá ellos también pensaban que lo decías por quedar bien. 


Pero por otra ha llegado un punto en el que me doy cuenta que siempre tengo que ser yo la que inicie el acercamiento, la que se encuentre con una amiga a la que tiene cariño en fiestas y le diga borracha "¿Te puedo abrazar?". Siempre dicen que sí, claro, por qué no. Pero nunca ningún amigo antiguo ha venido a decirme eso a mí, y me empieza a dar la sensación de que yo lo echo más de menos. De que les echo más de menos que ellos a mí. 


Diría que eso me duele un poco, pero realmente creo que solo me frustra saber que he cambiado, que merece la pena conocerme (de nuevo), y que no lo quieren intentar. Y yo sí. 


Porque nunca he sabido cuándo dejar ir a la gente -incluso si ellos ya se han ido.







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