Al llegar a mi piso saludé a Lucía, que estaba saliendo de su casa en ese mismo momento. Ella me sonrió y saludó de vuelta con la mano, diciendo una disculpa rápida porque se tenía que meter corriendo al ascensor para no perderlo.
Lucía
era una buena mujer, de unos cuarenta años. Estaba casada y tenía dos hijos. A
veces, íbamos a tomar un café y hablábamos de nuestras cosas. A ella le venía
muy bien porque así podía despejarse después de toda la semana entre el trabajo
y los niños.
A mí me
venía muy bien porque era de las pocas amigas que había podido hacerme desde
que me mudé.
Le
había dicho que me llamaba Marta, aunque mi verdadero nombre es Ana. Pero ella
no puede saber eso, por razones de seguridad. Mi seguridad. Si alguien
de mi antigua vida me descubría, estaría muerta.
Me hice
una cena rápida y me puse a ver una de mis películas favoritas después. Era San
Valentín y no tenía ningún plan. Patético, ya lo sé. Pero bueno, crear una
nueva vida tomaba un tiempo, y no me estaba presionando mucho.
Sin
embargo, no pude evitar recordar lo que había estado haciendo el año pasado en
esta fecha.
Isra me
había traído un libro para que me lo leyera.
—Tiene
algunas anotaciones mías, de mis partes favoritas —me dijo, con esa sonrisa tan
bonita en la boca.
A mí no
me gustaba mucho cuando la gente manchaba los libros, pero lo acepté igualmente
y le di un fuerte abrazo.
Después,
le llevé a uno de nuestros restaurantes preferidos, y nos pedimos una pizza para
compartir. Al terminarla, él me cogió la mano y me miró con calidez en esos
bonitos y brillantes ojos suyos.
—Ya sabes
que para mí esta fecha no significa demasiado… Pero este año no puedo parar de
pensar la suerte que tengo de tenerte a mi lado.
Podía
escuchar perfectamente su voz en mi cabeza, como si apenas hubieran pasado unas
horas desde que le vi. Qué tonta fui. Me creí a pies juntillas que lo que me
había dicho era verdad, eso y todas las otras veces que me engañó, jugándomela
como a una estúpida, y finalmente haciendo que tuviera que dejar atrás toda mi
vida.
Al principio
todo iba bien. Él me hacía sentir como una reina, me venía a ver cada vez que
tenía un rato libre, hablábamos de todo, me hacía reír… y, bueno, del sexo ni
hablamos, pero la verdad es que yo era consciente de que me iba a costar
encontrar a alguien que lo hiciera como él.
Fue
después del primer año cuando las cosas empezaron a ir a peor. Mis amigas me
iban avisando de que había algo raro en él, de que no me fiara.
—Tía,
el otro día subió una foto con su amiga Paula, y es que estaban como muy juntitos.
No sé, es que según lo que me cuentas, de que desaparece por ahí sin más y no
te avisa, y luego todas las veces que queda con ella… Que ya sabes que ella ya
ha estado más veces con gente con pareja, no me fío mucho —me dijo un día mi
amiga Gabriela.
—No
seas tonta, tía —le respondí yo, cabreada—. Él nunca me haría eso. De verdad,
que lo he hablado mucho con él, el tema de los cuernos, y estamos los dos súper
en contra. Además, que siempre me trata genial y se nota que me quiere, él
nunca me haría eso.
Tonta
de mí.
No solo
sí que estaba poniéndome los cuernos con esa chica, sino que su comportamiento
hacia mí empezó a agriarse y a distanciarse, como una flor moribunda.
Y yo
intenté ir tras él, de verdad que lo intenté. Incluso cuando estaba casi segura
de que me estaba engañando yo seguí aferrándome a él como si fuera mi ancla.
Era toda mi vida, mi niño, mi cielo, el padre de mis futuros hijos. Él lo era
todo.
Empezó
a ignorarme cada vez más, a llamarme loca cada vez que yo le decía mis
preocupaciones y mis sospechas, exagerada cada vez que me quejaba por algo que
él había hecho.
—¿Pero
cómo voy a hacer yo eso? ¿Te estás escuchando? No me puedo creer que pienses
eso de mí —me dijo, el último día que le vi.
Estaba
realmente ofendido, tanto que hasta me hizo sentirme un poco culpable por las
cosas que estaba sintiendo y pensando.
Se fue
al baño, y la cagué. Sí, fui esa novia tóxica que le coge el móvil a su novio.
Lo que vi en su galería no dejaba lugar a dudas: no solo me estaba engañando, sino
que llevaba muchos meses haciéndolo mientras me llamaba loca por dudar.
Después,
todo se fue a la mierda.
Fueron
semanas muy duras, las peores de mi vida. Tuve ansiedad, no podía dormir, y
siempre iba mirando por encima del hombro, con miedo cada vez que salía de casa
o que alguien llamaba a la puerta.
Hasta
que conseguí escapar y dejarlo todo atrás. Lo tuve que hacer sola, porque por
su culpa dejé de lado a todas mis amigas y a mi familia. Ahora nadie sabe
dónde estoy ni qué me ha pasado, y eso no puede cambiar si quiero seguir
construyendo mi nueva vida en paz.
Sin embargo,
viendo esa dichosa peli, no puedo dejar de recordar los buenos tiempos que
pasamos juntos. La calidez en mi pecho cada vez que le veía, cada vez que le
abrazaba y que le tenía al lado. Cada vez que dormíamos juntos y me abrazaba en
sueños, o me besaba la cabeza cuando creía que yo estaba dormida.
Le echaba de menos.
Le echaba mucho de menos, a pesar de que sabía que las cosas no podían seguir así, que algo
tenía que cambiar.
A
veces, le echaba tanto de menos que desearía no haberle matado aquella noche.
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