Todo el mundo le había dicho que el instituto sería más difícil que el colegio, pero no se lo había creído hasta que se dio cuenta de la cantidad de trabajos que tendría que hacer en casa.
Toda esa semana se la había pasado encerrado en su cuarto, con la cabeza enterrada entre cuadernos, el portátil con la Wikipedia abierta y unas cartulinas de colores. Tenía dos trabajos para la semana que viene, y los acababa de empezar esa tarde.
Estaba desesperadamente buscando una excusa (la que fuera) para poder dejar de trabajar, y fue justo entonces cuando su amigo Lucas llamó al portero de su puerta.
—Javi, Lucas está abajo esperándote. Dice que habíais quedado para dar una vuelta —su madre asomó la cabeza por su puerta, con el ceño fruncido. Miró lo que hacía, tratando de descifrar si su hijo de verdad había estado trabajando o distraído en internet.
Antes de que a ella le diera tiempo a decidir, Javi cerró el portátil de golpe y se levantó de un salto.
—ay si! Me había olvidado de decírtelo, íbamos a ir a dar una vuelta y ver una nueva tienda de videojuegos que hay por donde la plaza vieja.
Era mentira, por supuesto. No recordaba haber siquiera hablado de quedar con Lucas, pero tampoco era tonto. La ocasión se había presentado, y el la iba a aprovechar.
A su madre no le hizo mucha gracia, pero aún así le dejo salir hasta las 9. Eso eran casi tres horas de poder liarla con su mejor amigo, perfecto.
Lucas le estaba esperando en el portal con una sonrisa malvada en la cara y las manos tras la espalda. Pudo ver que tenía una bolsa de plástico grande agarrada.
—Hola, tío —Lucas liberó una mano y los dos se saludaron con esa especie de apretón-abrazo tan común en los adolescentes.
—Hola. ¿Qué haces aquí? ¿Qué tienes ahí?
Su pregunta solo hizo que la sonrisa de Lucas aumentara.
—Ya lo verás. ¿Te apetece liarla un poco?
A Javi siempre le apetecía liarla un poco. Era su hobbie favorito, siempre que el lío no incluyera el riesgo de que su madre se enterara. Así que se fio de su amigo y le siguió. Los dos caminaron tranquilamente entre los vecinos, y se sentaron en un banco de un parque a comer pipas hasta que empezó a anochecer y las calles empezaron a vaciarse un poco. Aún quedaba una hora para que Javi tuviera que estar en casa.
Lucas miró al cielo pensativo.
—Bueno, yo creo que ya.
Javi se rio.
—¿Ya te vas? —se burló.
El otro le sacó el dedo medio.
—¿Qué coño dices, subnormal? Que ya podemos hacer lo que tenía planeado.
—¿El qué? —mientras hacía la pregunta, Lucas ya estaba hurgando en su bolsa de plástico.
De ella, sacó una caja de cartón con un dibujo con letras verdes fosforescentes que Javi pudo reconocer de inmediato por los vídeos de miedo que ambos llevaban viendo un par de meses.
—¿Has comprado una oui-? —le salió un gallo. Frunció el ceño y carraspeó—. Joder. ¿Una ouija?
El otro asintió con mucho entusiasmo.
—Sí, tío. Nos podemos colar en el edificio donde kárate, y grabarlo. Podemos usar tu móvil como luz y el mío para grabar, que tiene mejor cámara.
Javi dudó. Por una parte, le daba un poco de miedo hacer eso, a pesar de que él no creía en los espíritus y sabía que era una tontería. Pero, por otra, le causó un tipo de emoción extraña el pensar en hacer eso.
Al final, Lucas tan solo tuvo que insistirle una vez más para que no pudiera resistirse.
El edificio donde los niños habían hecho karate hacía dos años había cerrado unos meses atrás. No solo se enseñaba karate, sino muchas más artes marciales. Los dos se pusieron muy tristes cuando su profesor se lo contó, pero luego se emocionaron al darse cuenta de que era un sitio donde podrían colarse fácilmente, y que además se conocían casi todo el interior.
Cuando por fin entraron por la puerta de atrás, tras saltarse una pequeña valla y cruzar un jardín descuidado, ya era noche casi cerrada. Aún había un resquicio de luz, así que Juan se convenció de que no podía pasar nada malo.
Por inercia, los dos chicos subieron directamente a la que había sido su clase. Estaba prácticamente vacía, con una colchoneta rajada al fondo, un corcho caído en una pared y un armario cerrado. Lo que no se esperaban ver era las botellas de alcohol tiradas por el suelo y los grafitis de nombres feísimos que ya decoraban las paredes.
—Vaya colgaos —musitó Juan, dándole una patada a una botella de vodka. Esta rodó en silencio hasta pararse a unos metros.
—¿Aquí? —susurró Lucas, mirando con nerviosismo a su alrededor. A pesar de que había sido su idea, ahora ya no se le veía tan convencido.
La luz de una farola entraba por una ventana enorme, y podían escuchar las risas de la gente que estaba en un bar de la calle de al lado. El cerebro de Javi le dijo que estaba completamente a salvo, así que asintió y se sentó en el suelo con las piernas cruzadas.
—Saca tu móvil —le instó Lucas, después de sentarse y sacar la caja de la bolsa.
—Yo creo que hay suficiente luz —replicó él, mirando a su alrededor, viendo todo casi perfectamente.
Lucas le miró escéptico, pero no dijo nada. Claro, si pedía una luz querría decir que estaba asustado, y ninguno de los dos admitiría eso.
—Vale —su amigo carraspeó, sacando la tabla de la caja junto con el pequeño puntero—, ¿cómo hacemos esto?
Javi no podía dejar de mirar las horrorosas letras verdes forforito que emitían un ridículo brillo.
Cogió distraídamente el puntero (cuyo borde también brillaba, por cierto), y lo dejó sobre la tabla.
—Pues decimos hola, esperamos a que alguien nos responda, le preguntamos cosas y cuando queramos irnos tenemos que decir adiós —señaló la palabra “adiós” en la tabla.
Eso era lo que les habían explicado en todos los videos de Youtube que habían visto al respecto, al menos.
Los dos se pusieron a ello, con dedos algo temblorosos.
—¿Quieres hablar tú? —preguntó Javi.
Lucas no le miró, pero se retorció en su sitio.
—Me da igual, hazlo tú si quieres.
Hinchando un poco el pecho, así lo hizo.
—¿Hola? ¿Hay alguien aquí?
Nada se movió. Un coche pasó rápido por la calle de fuera de la ventana y Lucas apartó el dedo, asustado.
—¡Lucas! —le regañó en un susurro— ¡No puedes romper el contacto!
—Ya, ya, perdón. Es que me sobresaltó el puto coche.
Se volvieron a poner en posición.
Javi volvió a preguntar.
—¿Hola? ¿Hay alguien o algo aquí que quiera hablar con nosotros?
Nada.
Siguieron intentándolo durante unos minutos, hasta que Javi se empezó a aburrir. Estaba claro que eso no funcionaba porque era una tabla cutre, o que no había nadie allí. Después de todo, eso había sido una escuela, nadie se había muerto allí. No había ninguna razón para que hubiera un espíritu.
Antes de decir que se fueran, decidió gastarle una broma a su amigo.
—Si hay alguien aquí, por favor, di algo.
Esperó unos segundos prudenciales, pretendiendo estar muy concentrado, y luego empezó a mover el dedo sobre la plica. Escuchó a Lucas ahogar un jadeo asustado mientras, muy despacio, la llevaba a “SÍ”.
Javi pretendió estar asustado mientras ahogaba una risa.
—¿Quién eres?
Empezó a mover de nuevo la plica hacia una letra aleatoria, cuando los dos se frenaron al escuchar un movimiento justo encima de ellos.
Todas las ganas de reírse se disiparon. Se le atascó la respiración en la garganta y sintió que le invadía un calor extraño por todo su cuerpo. Ni siquiera se dio cuenta de que se había levantado hasta que Lucas le imitó.
—Tío, ¿qué coño ha sido eso?
Estaba a punto de decirle que era una coña, que era él quien había movido la plica, cuando el sonido se repitió.
Pasos. Eran pasos rápidos, furiosos, que bajaban las escaleras del segundo piso y se acercaban a ellos.
Sin pensarlo, corrió hacia un armario y lo abrió de un tirón. Dentro, había palos más altos que él, con inscripciones que no entendía. Cogió dos y le tiró uno a su amigo. A él se le cayó, rebotando en el suelo.
Se hizo el silencio más absoluto. Lucas le miró con horror escrito en sus ojos. Ni se agachó a recogerlo. Javi estaba seguro de que estaba paralizado.
Entonces los pasos volvieron a sonar, y él cogió el palo como si fuera una especie de bate y se colocó frente a su amigo, dispuesto a protegerle.
Una sombra bajó corriendo por las escaleras. Javi estaba seguro de que era culpa suya. No debería haber bromeado con la ouija, no debería haber hecho trampa, y ahora había cabreado a un espíritu y les iban a matar y su madre se iba a enfadar porque no iba a llegar a tiempo a cenar.
Se le pasaron muchas cosas por la cabeza en el segundo que la figura tardó en bajar. Hasta que éste no estaba a un par de metros no se dio cuenta de que no era un fantasma, sino un hombre. Medía metro sesenta, flacucho, y podría tener cualquier edad entre los veinte y los sesenta. Llevaba unos vaqueros raídos y una camisa gris manchada en las axilas.
Les estaba mirando con enfado en los ojos amarillentos, y tenía una navaja grande abierta en la mano.
—¿Qué cojones hacéis aquí? —siseó el hombre, meneando la navaja en su mano.
Javi sintió que le temblaban las manos, y apretó su agarre para no tirar el palo.
—No queremos problemas, tío.
El otro soltó una risa nerviosa y, de alguna manera, agresiva.
—Entonces no deberíais haber venido aquí.
El tipo hizo amago de dar un paso hacia él. Javi movió su arma con todas sus fuerzas, esperando darle y que no les hiciera nada. Sin embargo, el movimiento se paró a medio camino con un estruendo cuando la larga vara golpeó contra el marco de la puerta.
Mierda.
Los dos se quedaron parados, mirándose, y una sonrisa lenta se abrió paso en la cara del otro.
Javi estaba segundo de que estaba a punto de volver a atacar y él no podría hacer nada, cuando ambos escucharon un grito.
Javi se giró justo a tiempo para ver a Lucas corriendo hacia él, con lágrimas en los ojos y el palo por delante, como si fuera un saltador de pértiga. Se apartó justo a tiempo para ver a su amigo pasar y golpear a otro en el pecho, haciendo que se tropezara y cayera hacia atrás con un grito sobre las escaleras por las que acababa de bajar.
Su cerebro alcanzó por fin a entender lo que acababa de pasar. Tiró su vara al suelo y corrió hacia Lucas, que volvía a estar quieto en medio. Le cogió del brazo.
—Vamos —tiró un poco de él—. ¡Vamos!
Eso pareció despertarle. Ambos echaron a correr escaleras abajo, salieron por el jardín, saltaron la verja y siguieron corriendo durante lo que les parecieron horas, pero en realidad apenas fueron unos minutos. Cuando pararon, estaban en casi la otra punta de su pequeña ciudad, al lado de la casa de Lucas.
La ouija se les quedó olvidada, pero ninguno la mencionó. Ambos entendían que no iban a volver a hacer algo así. Puede que no hubiera espíritus malvados acechando, pero lo que sí era muy real eran los humanos, y esos podrían hacer aún más daño.